Análisis
Paradojas de la democracia
El diagnóstico es más que preocupante: la democracia razonable está convirtiéndose en cristal de bohemia
Pere Vilanova
Catedrático emérito (UB).
PERE VILANOVA
La democracia representativa descansa sobre dos mecanismos, las elecciones y, de forma subsidiaria, los referéndums, y ambas cosas a partir de la legitimidad que da el sufragio universal. Es la columna vertebral de la esencia del contrato social entre gobernantes y gobernados. Esta descripción somera de la esencia de la democracia se ha basado durante largo tiempo sobre la idea no solo de que ese mecanismo es intrínsecamente positivo, sino de que, de algún modo, «la democracia será cada vez más democrática». Pero últimamente se han sucedido varios ejemplos que están causando una considerable alarma social. Sucesivas consultas vía sufragio universal han producido consternación. Pero ¿de dónde pensábamos que salen los Trump, Farage, Orban, Le Pen y otros Berlusconi? Hemos cometido el error de poner el foco en las obvias extravagancias, ideas extremistas, y proposiciones socialmente peligrosas de estos personajes, como si hubieran llegado de Saturno, o al menos al poder mediante golpes de Estado, supuesto históricamente frecuente en el que el dictador es el malo, y la sociedad, víctima inocente de la tropelía.
NO TENEMOS PLAN B
Pero no, estamos hablando de supuestos actuales en los que el crecimiento y el fortalecimiento de tales líderes es un genuino producto electoral de la voluntad de los ciudadanos, o al menos del número suficiente de ellos como para llevar a un Trump a la presidencia de Estados Unidos. La consternación es reactiva, y eso debe llevarnos a reflexionar con mucha mayor exigencia, porque estamos de lleno en la paradoja de la democracia, o, como ha señalado un observador, estamos en un «momento Goya», cuando pintó El sueño de la razón produce monstruos. Para empezar, no tenemos plan B fuera de la democracia representativa, no tenemos otros instrumentos para quitarles del lugar que ocupan que los que permite la ley, y en última instancia las siguientes elecciones, es decir, vuelta a los electores. En todos los ejemplos aquí citados, los ciudadanos que tenemos por demócratas razonables no han ido a votar en cantidad suficiente. En el brexit y en Hungría, simplemente se quedaron en casa. En Italia, en sus tiempos, uno de cada tres italianos quería literalmente ser Berlusconi. En Francia, el crecimiento de Le Pen hace que Juppé sea un gigante de la democracia republicana. Y además, en todos estos casos esa dinámica social deja un país partido por la mitad. En el caso de EEUU, en términos no vistos desde la guerra de Secesión. En los mítines de la otra noche, los que jaleaban al vencedor eran todos blancos; en los de la derrota, gente de varios colores con la desesperación en la mirada.
El diagnóstico es más que preocupante: la democracia razonable, solidaria, basada en una idea positiva del contrato social entre iguales, se está convirtiendo en cristal de bohemia. Un par de elecciones más, y muchos querrán exiliarse, pero ¿a dónde? No hay más que ver los líderes mundiales que más han aplaudido la elección de Trump.
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