NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EDUCACIÓN
Robar la infancia
Hay toda una generación a la que le estamos robando el tiempo de descubrir el mundo, de tocarlo, de probarlo, de conocerlo con los sentidos
Najat El Hachmi
Escritora
NAJAT EL HACHMI
Una pareja cena tranquilamente en un restaurante. Disfruta del silencio necesario para mantener una conversación normal, sin interrupciones. Algo raro porque son los padres de una criatura de corta edad que tienen sentada justo al lado. ¿Cómo se explica este milagro?
Muy fácil, el niño tiene ante sí un móvil donde puede ver sus<strong> dibujos</strong> favoritos, así que se ahorra tener que estar en el presente, mirar a su alrededor, descubrir las voces de los camareros, el resto de personas que comen, los olores, el espacio, la vida real, en definitiva.
El niño también se ahorra tener que aprender a comportarse, a estar un poco quieto, a no interrumpir, a decir gracias, por favor y a escuchar, sobre todo, se ahorra escuchar.
Los padres, contentos porque no tienen que regañarle. Al fin y al cabo, les han repetido hasta la saciedad que este es su mundo, que son nativos digitales. No les hace falta aprender a ser educados. Quién sabe si de aquí a un tiempo nos dirán que no les hace falta aprender a leer ni a escribir, ni a contar, que con un dedo ya lo tendrá todo sabido esta generación.
Una generación a la que les estamos robando el tiempo de descubrir el mundo, de tocarlo, de probarlo, de conocerlo con todos los sentidos, las horas y los días que tendrían que dedicadas a jugar, distraerse solos, relacionarse con los demás sin trastos. Les quitamos la capacidad de ser en el mundo con la cabeza, el corazón y el cuerpo ahora que no están obligados a preocuparse por la supervivencia.
SIN DERECHO A ABURRIRSE
Y lo más importante de todo, nos estamos apropiando el derecho a tener ratos de no hacer nada, de aburrirse, de hacer crecer su propia imaginación, de cultivarse la vida interior que los tiene que convertir en personas.
Tendrán problemas de salud, pero serán problemas mentales, no físicos, y, por tanto, invisibles. Serán como aquellos humanos que aparecían en la película 'Wall-E': obesos, torpes, incapaces de moverse por sí solos, miopes y con la visión estrecha del mundo que les da el aparato que tienen delante. Y los pedagogos de prestigio seguirán, como ahora, repitiendo los eslóganes de las corporaciones.
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