Regreso al futuro
El retroceso de los derechos de los trabajadores da la medida de la impotencia de la socialdemocracia frente al capitalismo global del siglo XXI
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI / BARCELONA
Carme, la llamaremos Carme, pero podría ser Elena, Mercedes o como usted guste. Carme tiene 48 años y dos hijos a los que aún mantiene, el padre voló. O no voló y es un parado crónico, ni chapuzas en el barrio encuentra ya, es una sombra ausente en el sofá frente al televisor prendido mañana, tarde y noche.
Carme se desayuna con un antiinflamatorio, cuando termine la jornada tomará otra dosis y antes de acostarse, un miorrelajante. Así mitiga las contracturas, la tendinitis, la lumbalgia, quizá una hernia discal, también la ansiedad. Es el doliente legado de su oficio: trabaja desde los 16 como camarera de piso de hotel.
Reforma laboral
Antes estaba en plantilla. Pero la reforma laboral se le zampó el puesto. Ahora el hotel contrata una empresa de limpieza. A Carme la emplea el contratista por un 30% menos. A 2 o 2,5 euros por habitación, 17 o 18 habitaciones en seis horas. En realidad, bastante más tiempo porque hay que esperar a que los clientes desocupen los cuartos. A final de mes, 700 euros, 800 si se ha dado bien.
Con el contratista, trabaja a demanda. Hoy hay faena, ven. Ayer no terminaste porque te mataba la espalda, no cuento más contigo este mes. Hoy te necesito de nuevo, ve al hotel ahora. No acepto excusas; si no, no vuelvas más.
Contratista evolucionado
El contratista cita a Carme por Whatsapp. Es la evolución tecnológica de aquel otro que en los años 60 llegaba de mañana a la plaza Urquinaona y se plantaba desdeñoso ante varias docenas de peones expectantes. Tú, tú y tú, veníos. Eh, tú, quieto ahí. Ya te dije que no te quería más conmigo, a ver si aprendes a callar mientras trabajas.
Carme es el peldaño más débil y explotado de la escala laboral de la industria hotelera. El sector ha crecido como la espuma, en proporción inversa a los derechos y condiciones laborales de las limpiadoras.
Y así estamos. La socialdemocracia vive en un impotente estado de perplejidad desde el colapso del bloque comunista y el advenimiento de la globalización. El capital se había resignado a financiar un cordón sanitario, pero muerto el perro, ¿para qué seguir costeando tratamientos profilácticos contra la rabia? Los trabajadores europeos son más individualistas y están más desmovilizados y menos concienciados que nunca, la clase media se desangra a borbotones.
Poder y terror
El poder se sirve desde tiempo inmemorial del miedo. Si aterrorizas a la gente amenazándole con cortarle las dos piernas y al final solo le amputas un brazo, el personal suspirará con alivio, con mansa gratitud casi. Aún sabiendo esto, si atendemos a augures como el historiador Yuval Noah Harari (la mayoría de la gente será innecesaria en el siglo XXI; la brecha entre las élites económicas, políticas y tecnológicas y el resto se hará insalvable; la mayoría excluida no tendrá papel relevante en la producción, por tanto, ya podrá hacer huelga o lo que se le antoje, el sistema no acusará el golpe…), el panorama actual puede parecer gloria comparado con lo que podría venírsenos encima.
Esto sí que es un regreso al futuro, y no el de Robert Zemeckis.
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