La clave
Ali, el puño de los 60
En nuestros días, el legendario boxeador hubiera sido el 'boss' de las redes sociales
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
JUANCHO DUMALL
Si los años 60 conservan aún el aura mágica no es solo por las canciones de los Beatles y por la irrupción de los hippies. Lo que hace que esa década siga siendo fascinante medio siglo después es que fueron años en los que las nuevas generaciones tomaron las riendas al grito de que otro mundo era posible. Lo hicieron, entre otros colectivos, los estudiantes de París y de Berkeley, los dirigentes de la Primavera de Praga y los defensores de los derechos civiles en Estados Unidos. Los grandes personajes de ese tiempo, de Kennedy a Lennon, del Che Guevara a Juan XXIII, fueron todos a la contra, buscaron nuevas fronteras o se rebelaron contra lo establecido. Los grandes iconos sesenteros son criaturas inconformistas. Muhammad Ali, nacido Cassius Clay, es uno de ellos.
De hecho, Ali inauguró la década con la consecución del oro olímpico en los Juegos de Roma (1960) y la clausuró con su espectacular negativa a ir a la guerra de Vietnam, poco antes de que otros atletas de su raza levantaran el puño en otros Juegos, los de México (1968), como reivindicación del poder negro. Lo que convierte a Ali en un héroe de su tiempo es la mezcla de una nunca vista capacidad como púgil y su particular versión del sueño americano. Su leyenda no solo se forjó por el juego de piernas, la cintura o la pegada. También por la crítica a una guerra injusta y a la discriminación racial. Su mito se fraguó tanto en el gancho de derecha que tumbó a Sonny Liston en 1965 como en su conversión al islam, que vino acompañada del cambio de nombre. «Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre», dijo entonces. Un directo al corazón de la cultura americana, blanca, anglosajona y protestante.
Fenómeno global
Ali fue también uno de los primeros fenómenos globales de la historia vinculados a la televisión, con peleas del siglo en Kinshasa (ante Foreman) o en Manila (ante Frazier). Sus combates eran seguidos en los cinco continentes y sus ruedas de prensa abrían los informativos del mundo entero. En nuestros días, hubiera sido el boss. Una máquina de boxear y de remover conciencias. Esa es su grandeza.
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