Abrazos que matan
Esos locos antisistema ahora conminados a salvar los presupuestos y el 'procés' son los mismos a los que se ensalzaba como fraternos patriotas
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
El oficialismo independentista ha identificado a una nueva fuente de sus males. Como chivo expiatorio no es ideal: ni habita en la capital del Reino ni viste toga constitucional. El antagonista perfecto sería aquel que expoliase a los catalanes y aplastase con saña sus ansias de libertad; no es el caso. Y aun así se ha convertido, por méritos propios, en el villano oficial del ‘momentum’ a ojos de los próceres del soberanismo. Compañeras de la CUP, sed bienvenidas al purgatorio de los antipatriotas.
A diferencia de los partidos alumbrados en platós televisivos o amamantados en los despachos del poder, la CUP no presume de encarnar la 'nueva política': acumula trienios trabajando a pie de calle y en los ayuntamientos. Fue el volantazo independentista de CDC del 2012 el que abrió a los anticapitalistas las puertas del Parlament, que solo un año antes habían rodeado. Y la paternalista condescendencia de la flota mediática almogavar, la que los propulsó en las urnas el 27-S.
Los cuperos jamás engañaron a nadie: luchan por la independencia para hacer saltar por los aires un sistema que, a su juicio, perpetúa la explotación de la clase trabajadora por parte de las oligarquías española y catalana. Ni discursos almibarados, ni independencias de terciopelo: sin ruptura no habrá República catalana.
Pese a lo airado de sus soflamas y a sus izquierdosos postulados, la jerarquía nacionalista vio en la CUP un socio maleable, útil para ampliar la base social del 'procés' y legitimar de paso la metamorfosis independentista de la fuerza más sistémica del autonomismo. Así creía Convergència segar la hierba bajo los pies de ERC, cuando en realidad cavaba su propia fosa. La efusión de Artur Mas con David Fernàndez, la noche del 9-N, demuestra que hay abrazos que matan.
Asilvestrados, pero patriotas
Ahora que las lisonjas se tornan blasfemias y las palmaditas, dagas, conviene recordar que esos locos antisistema conminados a salvar los presupuestos y el ‘procés’ piensan lo mismo hoy sobre la propiedad privada, las okupaciones y "las violencias" que cuando se los ensalzaba como fraternos –aunque algo asilvestrados-- patriotas.
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