Moncloa, ¿dígame?
La broma a Rajoy, fruto de la concupiscente mezcla de entretenimiento e información, responde a la banalización de la política a cargo de los políticos
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
En el apogeo del aznarato, Tele 5 programó una 'sitcom' de la factoría Buenafuente titulada 'Moncloa, ¿dígame?', liviana sátira sobre los aledaños del poder que no llegó a ganarse el respaldo de la audiencia. Los guionistas de la serie jamás imaginaron que un bromista radiofónico, burlando todos los controles, se pusiera al habla con el presidente del Gobierno. O no se les ocurrió, o lo descartaron por increíble.
Increíble pero cierto, Ràdio Flaixbac ha hecho caer a Mariano Rajoy en una broma telefónica similar a la padecida en su día por Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Sarah Palin o el mismísimo rey Juan Carlos. Pero, lejos de ensañarse con su víctima, el imitador de Carles Puigdemont, sorprendido por su propia hazaña, ha confesado de inmediato su condición de impostor.
Más allá de la afabilidad de Rajoy con el falso Puigdemont, las dudas que el líder conservador alberga acerca de su investidura y lo ociosa que se le presenta la próxima semana, poco o nada ha aportado la breve charla que sea de interés público. Lo que evidencia la desproporción entre los arteros medios empleados y la finalidad perseguida con tal argucia, que en realidad solo era echar unas risas.
En muchos medios de comunicación, y particularmente en los audiovisuales, la información y el entretenimiento conviven ya en concupiscente armonía. Las tertulias del corazón comentan la actualidad política y los informativos escandalizan a la audiencia con vídeos estilo 'paparazzi'. Un 'totum revolutum' en el que al espectador cada vez le cuesta más distinguir entre el dato y el chisme, el debate político y el carrusel deportivo, la pregunta incisiva y la pose preguntona. El espectáculo, conviene recordarlo, no tiene límites éticos; el periodismo, sí.
Donde las dan...
Siendo muchos los pecados cometidos por el gremio periodístico, en la banalización de la agenda política las responsabilidades son compartidas. Quien para humanizar su imagen en campaña baila, juega al futbolín o confiesa sus intimidades ante las cámaras se expone a que, con idéntico desparpajo, un espontáneo le gaste bromas de mal gusto en antena. Donde las dan, las toman.
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