La clave
¿Ya no somos pacifistas?
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
JUANCHO
Dumall
Las movilizaciones de este fin de semana en varias ciudades españolas en contra de una respuesta bélica a los recientes atentados yihadistas tuvieron escaso éxito. En Barcelona, tres mil personas se pusieron tras la pancarta del Mai més (Nunca más), respaldando así el manifiesto difundido por entidades sociales, alcaldes -entre ellos, Ada Colau- y representantes del mundo de la cultura en el que volvía a enunciarse la frase que hizo furor hace doce años en las protestas contra la invasión de Irak: No en nuestro nombre.
El 5 de febrero del 2003 Barcelona vivió la que ha sido la mayor concentración de protesta de su historia. Cuentan las crónicas que esa tarde un millón trescientas mil personas clamaron contra los planes militares del presidente norteamericano George Bush, secundados de manera muy especial por Tony Blair y José María Aznar, y que desencadenarían una guerra tan ilegal como injusta. Dejando a un lado el diferente clima político de hoy, cabe preguntarse por las causas de esa dispar respuesta a los tambores de guerra de entonces y los que ahora hace sonar el presidente François Hollande.
Lógica vengativa
En primer lugar, la opinión pública ha reaccionado de forma distinta ante lo que fue una agresión contra un país soberano -gobernado, eso sí, por el tirano Sadam Husein-, sin el paraguas de la ONU y sin que hubiera constancia de que el régimen de Bagdad dispusiera de armas de destrucción masiva, y ante lo que ahora se pretende, que es bombardear las posiciones del Estado Islámico. Sin embargo, sabemos que en esos ataques habrá daños colaterales. Y también, por triste experiencia, que al terrorismo no se le vence a bombazo limpio. Pero cuando el terror ha sacudido tan cerca -en París, en Londres, en Madrid- parece desatarse una lógica vengativa contra quienes están enviando terroristas a Occidente.
Una parte de la sociedad considera hoy una actitud buenista un principio extendido hace una década y que sigue siendo válido: la guerra contra el fanatismo religioso no se ganará con ataques aéreos, sino con servicios de inteligencia y mayor integración de los musulmanes en nuestras sociedades.
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