DOS MIRADAS
Tan juntos como unidos
JOSEP MARIA FONALLERAS / EMMA RIVEROLA
La mañana del 26 de junio, Ada Colau recibió la visita de Pablo Iglesias, y ambos, junto con otros representantes de su formación política, quedaron atrapados durante unos minutos en un ascensor municipal.
'AGRUPÉMONOS TODOS', POR JOSEP MARIA FONALLERAS
Hay dos tipos de personas. Las que, encerradas por accidente en un ascensor, se ríen de la situación, y las que con solo notar un ruido extraño se mueren del susto. Es una simple cuestión de tiempo que las primeras se apunten al grupo de las segundas. A medida que avanzan los minutos, lo que en un principio podía parecer una broma, una anécdota para contar en cenas de amigos, se convierte en la posibilidad cierta de una pesadilla, que se acrecienta con la presencia progresiva del olor corporal y la sensación asfixiante que produce la claustrofobia. En esta foto, Pablo Iglesias es de los primeros, y también Ada Colau, pero no tanto. Si se fijan, el líder de Podemos está más pendiente de enfocar a la alcaldesa que de mirar a la cámara. Y Colau está ahí, a lo lejos, acurrucada, en una postura que ya no es estrictamente la del bromista sino que empieza a parecerse sospechosamente al grupo de los que ya no van a poder aguantar mucho más. Barcelona en Comú se convirtió esa mañana en un montacargas en el que las risas iniciales se convirtieron poco a poco en nervios. No son los Hermanos Marx, pero lo parecen. Y parece un ascensor, pero en realidad es un camarote de confluencias, que es la palabra que está de moda. La revolución a veces proporciona estas imágenes. El agrupémonos todos igual lo inventó otro Marx, el señor Carlos, pensando en el invento que estaba a punto de perfeccionarse.
'ARRIBA Y ABAJO', POR EMMA RIVEROLA
Ada, ni tú ni yo habíamos nacido, pero ¿recuerdas de niña haber visto 'La cabina'? Era una película corta protagonizada por José Luis López Vázquez. Se trataba de un ciudadano normal y corriente, así, como nosotros, nada de casta. El pobre tipo se metía en una cabina y después no podía salir. La puerta estaba atascada. Al principio sonreía, como riéndose de su mala suerte. Después, a medida que pasaban los minutos, empezaba a ponerse nervioso. La gente se aproximaba. Algunos intentaban ayudarle. La mayoría se le quedaban mirando. Divertidos. Burlándose. Unos niños odiosos no dejaban de correr alrededor. Ni la policía ni los bomberos lograban abrir la puerta. Al fin, unos operarios cargaban la cabina con él dentro sobre un camión y emprendían un viaje cada vez más angustioso. Después de un largo túnel, llegaba a una gran sala donde otras cabinas, con cadáveres dentro, le anunciaban su trágico destino. Ya, ya, perdona, Ada, no sé por qué te estoy contando esto. Además, llevarse una cabina es más fácil que hacer desaparecer un ascensor con una alcaldesa dentro, ¿no? Es broma...
¡Espera, se oye a los técnicos! ¿Qué dicen? ¿Que si subíamos o bajábamos? No entiendo por qué quieren saberlo, que nos saquen ya y punto. ¿Cómo? Ah, ya… Quieren saber si somos de los de arriba o de los de abajo. Bueno, eso ahora tampoco me parece lo más importante, ¿no? ¿Les cuento lo de asaltar el cielo?
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