La rueda
La guerra del golf
Imaginé que las batallas no las libraban soldados con armas de fuego, sino golfistas con hierros y maderas
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE
Pasé unos días en una urbanización con campo de golf. Me gusta caminar a diario, pero la ola de calor con ese sol abrasador limitaba mucho mis opciones. Por otra parte, los vecindarios nuevos suelen ser tan áridos y aburridos como un polígono industrial. Entonces vi un sendero que bordeaba amablemente el campo de golf. Lo tomé. La caminata se hizo placentera tanto por el frescor de los árboles que protegían las verdes praderas, como por la agradable visión de los golfistas. Es un deporte por el que siento simpatía, pues lo inventaron unos pastores pobres de solemnidad en Escocia. Siempre me ha intrigado el oficio de pastor. Tantas horas solo vigilando unas ovejas o unas cabras. Una ocupación dura a menudo encomendada a los niños, solos como animalillos en el monte también ellos. Y como no es bueno que el hombre esté solo, los pastores en Escocia empezaron a combatir su soledad y angustia dando golpecitos a los cantos con las cayadas. Fueron adquiriendo habilidad y los lanzaban cada vez más lejos, de colina en colina, de rebaño en rebaño. Eso les entretenía y a la vez les comunicaba.
Embebida en estos pensamientos tardé en reparar en un hombre que agitaba su palo de golf y gritaba con enfado: «¡Aquí no se puede pasear!, ¡salga inmediatamente!». Como provengo de larga estirpe de cobardes, siempre que me echan salgo por pies, pero en casa pregunté a mi anfitrión si el campo era exclusivo y si yo podría pasear acreditándome como su invitada. Tajantemente dijo que no. "Te podrían matar de un bolazo". Entonces mi mente voló a otro escenario, uno en que las batallas no las librasen soldados con armas de fuego, sino golfistas con hierros y maderas. La guerra sería ardua, pero con pocas bajas. Las larguísimas secciones de deporte en nuestros medios de comunicación, mucho más justificadas. Y los Open y Máster, donde se dirimirían a bolazos los grandes conflictos, apasionantes.
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