Análisis
Iker debería tener la misma salida que Xavi
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
Iker Casillas es como Xavi Hernández: patrimonio de la Humanidad. Sin ellos no habría Mundial de Sudáfrica ni dos Eurocopas, ni decenas de títulos de club en las vitrinas y en la memoria colectiva. Jamás vi a un mediocentro como Xavi. No es solo su calidad, es su extraordinaria capacidad de generar un estilo de juego colectivo, ya fuera en el Barça de Pep Guardiola o en la Roja. Puede que Iker no sea el mejor portero del mundo ni el mejor de su generación si se analiza cada aspecto del trabajo de portero: juego de pie y aéreo, uno contra uno, reflejos en la cal, mando en el área, lanzamiento de contraataques, etcétera. Pero tiene algo que no ha tenido ningún cancerbero en las últimas décadas: capacidad de realizar paradas inverosímiles en los partidos más importantes.
Prefiero cómo se ha ido Xavi a cómo se va a ir Iker. Hay jugadores que merecen un reconocimiento especial, un monumento. Aunque parece que el Barça también le gana al Madrid en este saber estar, no olvidemos a Maradona, Cruyff y tantos otros que se marcharon por la puerta de atrás. El fútbol es un espejo de la sociedad y esta carece de memoria, de generosidad. Solo cuenta hoy, no los años entregados a una causa o una empresa. Sucede con los sabios, los escritores, los científicos, los intelectuales. Hemos cambiado héroes por gestores, y así nos va.
Casillas dejó de ser el Casillas milagroso tras el paso del tornado Mourinho por el Madrid. Es un gran entrenador disminuido por un ego tóxico. Señaló a Iker como el chivato, de lo que no hay pruebas, y consideró una traición su llamada a Xavi para pacificar el ambiente tras la guerra de los clásicos. Mourinho es capaz de sacar el mejor rendimiento a un jugador, pero también es capaz de destruir su autoestima. La confianza es la esencia del oficio de portero de fútbol. Mourinho se la arrebató a Iker, le dejó sin santo.
Florentino Pérez, uno de los cánceres del Madrid, odia a Iker y a Sergio Ramos, alienta los pitidos con el primero. Los considera culpables de la marcha de Mourinho. Son dos jugadores que no se pliegan a su idea de club: un mandamás soberano (él) rodeado de empleados.
Llegará De Gea, un gran portero, y hará olvidar unas gestas al lograr otras. Llega Rafa Benítez embutido en el mono de empleado, nada que ver con el de mánager general que tanto éxito le dio en el Liverpool. No estoy ilusionado con un proyecto que carece de rumbo más allá del capricho del emperador Florentino. No hacen falta más estrellas, solo sentido común. Para tenerlo sería necesario un poco de humildad, virtud que no está en el lenguaje ni en las maneras de Pérez. Pese a Messi, Merkel y la troika, soy optimista. Aún se puede soñar sin que te regañe Montoro.
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