PERFIL
Este sí era un señor
Josep-Maria Ureta
Periodista
JOSEP-MARIA URETA / BARCELONA
Leopoldo Rodés era uno de los grandes señores de Barcelona. Por grande se entiende a los escasos emprendedores de la ciudad que han sabido enlazar el añorado, en exceso, siglo XIX de la Barcelona de fabricantes, con el siglo XXI que vivimos y que tiene sus mejores cimientos en la Barcelona del 92. Rodés no pensaba, como la mayoría de miopes de la ciudad, en las tres semanas de competiciones deportivas, veía la consagración de la ciudad como capital mundial mediterránea.
Repasemos. Rodés era un gestor bancario de buena reputación a mediados de los años 80 del siglo pasado. Dirigía el Banco del Progreso, un buen nombre para la época, a no ser que se concociera el resto: Banco del Progreso para la tierra de Campos (una ciudad menor en la isla de Mallorca). Por resumir, Rodés ejercía de buen administrador de los intereses de los legendarios hermanos March en una de sus marcas bancarias. Pero no solo eso. Ya apuntaba las maneras suficientes de banquero dominante de las relaciones internacionales del sector, una sutileza reservada a pocos. Y cuando Samaranch alcanzó la gloria olímpica, con sede siempre en Suiza, no se olvide, la burguesía mejor informada de Barcelona eligió a Rodés como mejor defensor de sus intereses.
¿Burgueses oportunistas? No, rotundamente. Ese es el error que se repite hasta hoy. Leopoldo Rodés era la mejor elección de Samaranch para compartir con el excomunista Josep Miquel Abad (teniente de alcalde con Narcís Serra, otro sabio dominador del gotha catalán, por ser sobrino de Narcís de Carreras) la buena conducción de obtener los juegos de 1992.
Cuando Rodés recibía en su casa (llamarlo duplex es ofensivo) en la calle sor Eulàlia de Anzuizu, frente al monasterio de Pedralbes, presidía la entrada una obra de Antoni Tapies. "Le conozco desde antes de que fuera tan cotizado. Le he tenido que pedir que rehiciera algunas obras de mi colección, porque los materiales se degradan".
Rodés hizo su fortuna, también, por anticipación. Descubrió que los diarios, vehículos primeros de la publicidad, mutarían a fórmulas de distribución inéditas. De ahí su elección de invertir en plataformas publicitarias. Sus hijos, señal de que están bien formados, le han seguido.
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