ARTÍCULOS DE OCASIÓN
Ojeada a final de temporada
David Trueba
Director de cine
DAVID TRUEBA
Reprimido como sobrevivo a la tentación de hablar de fútbol durante el año mientras no deje de ser un opiáceo de administración tan agobiante en la sociedad española, es bueno reservar un rincón a final de temporada para dar un repaso somero a la competición. La autoridad de Messi, en el que ha sido su mejor curso, ya no es cuestionada por nadie, pero lo más llamativo es su largo reinado en un tiempo acelerado en el que se consume la relevancia a la velocidad del trueno. Es un lujo admirar al mejor del mundo desde tan cerca en el tiempo, disfrutémoslo como se merece. A la espera de que conozcamos el final del juicio por los partidos amañados de temporadas pasadas en las zonas de descenso de categoría, se perciben los primeros signos de que quizá sí el fútbol podrá finalmente someterse a la ley general. Los procesos por fiscalidad fraudulenta fueron un primer paso en esa dirección de salud social, pese a la terca pretensión de algunos aficionados y profesionales por mantener este deporte fuera de las normas que rigen para el resto de los ciudadanos.
Pero lo más interesante ha venido de fuera. El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, dimitió tras las detenciones de algunos dirigentes implicados en sobornos y enriquecimiento ilícito. Blatter, que tenía consideración de dictador eterno y suizo profesional, acababa de ganar las elecciones cuando dimitió. Obviamente, con el apoyo español, país cómplice necesario allá donde la corrupción lo demande. Tenemos que agradecer que el fútbol comience a ser una potencia social y económica en Estados Unidos. Mientras Europa carece de iniciativas reales para frenar la corrupción, los norteamericanos ofrecen ejemplos consoladores. Fueron investigadores norteamericanos los que desenmascararon a un banco de Andorra y bastó que los Juegos Olímpicos recalaran en Salt Lake City para que se desvelaran los mecanismos corruptos de elección de sede. Y ahora le ha llegado al fútbol la investigación del FBI y las revelaciones de que los directivos de muchas federaciones de aquel continente consolidaban un modo de operar tan fraudulento como poco perseguido.
Las elecciones de sede del Mundial en Rusia y Catar fueron un escándalo silenciado hacia el que nadie quiso mirar. El deporte concede una pátina honrosa a lo que por detrás son manejos grotescos. Las estridencias y el periodismo más ruidoso han quedado relegados al fanatismo de bufanda y banderola. Mientras tanto, el reto del juego ha quedado en entredicho por la potencia de los personalismos. Y para que nadie tenga dudas de que la mejor crítica tiene que empezar siempre por la casa de uno, me quedo con las declaraciones del gran motivador Simeone cuando le preguntaron por lo que había pedido a sus jugadores en uno de los últimos partidos de temporada, donde el Atlético de mis amores se enfrentaba en casa al Barcelona. “Que corran y que no piensen”, contó que les había exigido. Obviamente, el partido se perdió. Pero queda esa eterna duda flotando. ¿De verdad en el fútbol es más importante correr que pensar? ¿O es solo un guiño a la pasión y la entrega, valores siempre más populares que otros más estéticos y rigurosos? Un poco lo mismo parece imponerse entre directivos, mandatarios y responsables institucionales del fútbol. Correr y no pensar. Ojalá que algunos cuando descubran hacia dónde corren ya estén entrando en presidio.
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