ANÁLISIS
Es racismo, pero hay más
Rafael Vilasanjuan
Periodista
RAFAEL VILASANJUAN
Tiene razón el presidente Obama cuando plantea el dilema de esta nueva masacre en comparación a que en ningún otro país desarrollado suceden estos episodios con tanta frecuencia. Si el origen de este crimen es el racismo, y todas las pistas apuntan que es así, sería cuestión de saber si la sociedad de EEUU es más racista que otras o hay otras razones.
Que un afroamericano dirija por primera vez la Casa Blanca no es suficiente para eliminar todos los vestigios racistas en un país donde son innumerables. El acoso y la discriminación va desde la impunidad de policías que vulneran los derechos de un ciudadano por el hecho de ser negro, al asesinato de estas nueve personas en una iglesia. El fenómeno de quienes defienden la supremacía blanca es mucho más agresivo en el sur, donde incluso las iglesias, como la de Charleston, lugar de este último crimen, se diferencian entre las de blancos y negros.
El racismo, desgraciadamente, es una capa profunda de la exclusión que afecta a todas las sociedades, pero no explica todo lo que hay alrededor de este nuevo crimen. En EEUU sigue habiendo multitud de personas y organizaciones que defienden la supremacía de la raza blanca y se consideran herederos únicos del país. Una identidad que divide entre propietarios y esclavos y que se sostiene, como en siglos pasados, en base a la capacidad del individuo de defenderse con sus propias armas. Si el estado mantiene la pena de muerte como un derecho, ¿qué impide a estos individuos tomar las armas y defender su propiedad tal y como la entienden ellos?
La permisividad hacia esta cultura racista es una primera diferencia sustancial con respecto a otros países occidentales. El Gobierno norteamericano debería considerar que el racismo también es terrorismo. ¿Qué hubiera pasado si el asesino de la iglesia fuera musulmán?
Cultura de la muerte
Detrás de Dylann Roof hay organizaciones legales y clandestinas que alientan el odio, policías que lo instigan y políticos que lo defienden. Una red que se apoya en una cultura de la muerte y en la facilidad para obtener las armas que les permiten sembrar el terror.
El acceso a las armas sigue siendo el gran debate pendiente. Más allá del racismo latente, es la otra gran diferencia entre EEUU y otros países occidentales. Hace solo dos años, cuando una masacre se llevo a 20 niños en una escuela, se prometió abrir esa ley imposible, sin que ningún congresista hasta hoy haya percibido la necesidad.
Obama se ha vuelto a comprometer y aunque la posibilidad parece remota, el error persistirá si la solución a este horrible crimen se resuelve con una inyección letal que acabe con la vida del asesino. Una parte de la sociedad sigue creyendo que esa es la única -tal vez incluso la mejor- respuesta. Pero no atajará ni una sola de las causas para cambiar una dinámica donde cada año -a lo sumo cada dos-, EEUU se salpica en un baño masivo de sangre inocente en un centro comercial, en una escuela o en una iglesia. Es racismo, sí. Pero hay mas.
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