Análisis
A prueba de escándalos
Albert Guasch
Periodista
ALBERT GUASCH
«Oh, Hill, No! No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no». Hillary agrupa a un montón de enemigos, y es tanta la indisimulada animadversión que genera en la trinchera republicana, que bastó el runrún de que se avecinaba el anuncio de su candidatura para escuchar los primeros balazos. El enfático y desesperado 'no' en portada del muy conservador New York Post, publicado el domingo, ejemplifica que la artillería está más que preparada. Las muertes de Bengasi, el uso de una cuenta personal de correo electrónico en su etapa de secretaria de Estado, incluso la Lewinsky... Que empiece el desfile de los escándalos recalentados. Que se fabriquen de nuevos. ¡Pum, pum!
Con qué poco se monta en EEUU una escandalera mundial. Y con Hillary, en general, parece bastar una chispita para montar unas fallas. Figura polarizante desde sus tiempos de primera dama, época de esplendor económico pero también de culebrones folletinescos, se sospecha que se recogerá entre los suyos los primeros meses de su campaña y dosificará sus apariciones. Si ya la conocen hasta las ratas, si su ruta hacia la nominación demócrata está despejada, ¿para qué desgastarse?
Luego, cuando la nutrida jauría republicana elija a su lobo, el equipo de campaña de Clinton recaudará y gastará -está todo calculado- unos 2.500 millones de dólares, cifra obscena que pone a aullar desde las más altas colinas a los magnates de las televisiones locales, en particular de los estados decisivos.
Las redes sociales molan, pero los anuncios de 30 segundos pegados a los telenotícies siguen siendo la principal trompeta para generar ruido en favor o en contra de un candidato. Y dinero, como se ve, hay a mares. Lo tiene Hillary y le sobrará al aspirante republicano que le vaya a plantar cara. Qué tiempos aquellos en que Harry Truman presumió de haber estrechado unas 500.000 manos para ganar las elecciones en 1948.
¿Puede perder Hillary? Váyase a saber. Queda un mundo hasta noviembre del 2016. Han aflorado estudios matemáticos que afirman que la tendencia demográfica del país se inclina hacia los demócratas y que los que odian a Hillary, pese a ser muchos, no son suficientes para impedir su triunfo. Ha aflorado algún que otro notable análisis que desmiente el anterior y que hay imponderables imposibles hoy de medir.
Quizá le falta el talento comunicador de Obama o de su marido Bill, dos bestias pardas de la política, pero como candidata es sólida como una roca, a prueba de los muchos escándalos que -oh, no, no, no- le van a intentar restregar. Que la salud, a sus 67 años, la acompañe.
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