Dos miradas
Modest y el mal
A raíz de la tragedia de los Alpes revive la pregunta que agobia a los pensadores cristianos: ¿por qué Dios permite el mal?
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP MARIA FONALLERAS
Ayer se cumplió un año de la muerte de Modest Prats, el filólogo, el profesor, el sacerdote. Para muchos, fue un maestro. Amicus atque magister, como dijo Narcís Comadira en el acto que le dedicó hace unos días el Institut d'Estudis Catalans. Sin poder averiguar dónde terminaba el maestro y dónde empezaba el amigo. En su parlamento, el poeta dijo que el contacto con Modest Prats era un «ejercicio de musculación cultural». Quizá es la mejor definición que pueda hacerse y que incluye un plato de pasta con trufa, el descubrimiento del Panteón o una reflexión moral sobre la naturaleza humana.
Justamente me paro aquí. A raíz de tantas injusticias, de tantas muertes de inocentes, a raíz de la tragedia de los Alpes, he vuelto a leer una de sus últimas lecciones, la que expone el problema profundo -el problema- que agobia a los pensadores cristianos desde hace siglos. ¿Por qué Dios permite el mal? Modest parte de Santo Tomás, pasa por el exaltado Job y termina con Dostoievski, Sartre y los campos de exterminio. Si Dios existe, el mal no debe tener lugar, pero, como el mal está, de ello se deduce que Dios no existe. El argumento, tomista, se rebate con una existencia superior y con una salvación solidaria y colectiva.
Pero, ¿y el mal concreto, el terrenal, el que ataca sin piedad al débil, sin conmiseración? La pregunta permanece inalterable en su crudeza. Nos la planteamos, como hacía Modest, pero sin obtener respuesta.
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