Las cartas se tambalean
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Hace ahora dos años -día arriba, día abajo- dediqué esta columna a hablar con entusiasmo de la serie House of cards, producida por Netflix y que retrataba la vida de un político demócrata en los corredores de Washington y de la Casa Blanca. La primera temporada destacaba por varias razones: la espléndida actuación de Kevin Spacey, la presencia fría y magnética de Robin Wright en el papel de su esposa, y una trama que describía muy bien los conflictos de intereses y el arte de mover los hilos en la política. Otra de las novedades de la serie era que, de vez en cuando, Francis Underwood hacía una pausa, miraba a cámara y se dirigía directamente al espectador para comentar algo. Con este truco retórico y teatral lo hacía su cómplice, como si fuera un testigo privilegiado. A su vez otorgaba a House of cards un aire de drama shakespeariano y la convertía en una de las series más atractivas de los últimos años.
Luego vino la segunda temporada y hace poco se ha estrenado la tercera. Francis Underwood y su esposa intrigaron con astucia y ahora él ha llegado a presidente de EEUU, pero es como si la gravedad del cargo hubiera asustado a los guionistas. Qué difícil es mantener el nivel de una buena serie. Desde el centro de poder, las acciones y maquinaciones del presidente se han vuelto más gruesas y como de caricatura, más efectistas. Las tramas paralelas desafían la verosimilitud y se alargan como un chicle sin sabor. Incluso las miradas a cámara de Spacey han perdido esa chispa de autenticidad y pasión y se han vuelto condescendientes.
A pesar de todo, no puede decirse que la serie sea un desastre. Aun tiene un buen nivel y una dosis de intriga electoral que te mantiene al tanto, pero me gustaba más ese político cuya ambición era gestionar las ambiciones de los demás. Solo el final estricto de la tercera temporada, que por supuesto no revelaré, abre una puerta de optimismo para el futuro de la serie. Quizás haya llegado la hora de que las miradas a cámara, buscando la alianza con el espectador, las haga otro personaje. Claire Underwood, por ejemplo.
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