Análisis

Bueno, bonito y baratísimo

ÀNGELS VALLS

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Hoy se han conocido los datos del paro registrado, es decir, la cantidad total de personas inscritas en las oficinas de empleo. Son datos mensuales que trimestralmente coinciden con pocos días de diferencia con los de la Encuesta de Población Activa (EPA). Estos últimos explican mejor la situación del mercado de trabajo en su conjunto, es decir, tanto la del empleo como la del desempleo. Tras siete años de crisis económica y laboral, una tasa de cobertura de desempleo (porcentaje de desempleados que cobran prestación) por debajo del 60% y siendo la mayoría de personas sin trabajo desempleadas de larga duración (más de un año), hay que contextualizar la significación de la cifra de personas inscritas en las oficinas de empleo.

Dada la situación y la preocupación por el estado del mercado de trabajo, es comprensible el interés por todos los datos que aparecen periódicamente. Pero el riesgo de ir detrás de cada cifra que se publica es perder de vista la perspectiva global: todos detrás de la pelota nos hemos perdido de qué va este partido. Así, la comprensible preocupación por el problema de la cantidad de trabajo (en forma de desempleo) ha restado interés, e incluso llegado a justificar, el de su calidad.

La relación entre la cantidad y la calidad (precariedad) del trabajo es hoy más que evidente: reducción de la duración media de los contratos (de casi 80 días al inicio de la crisis, a poco más de 50); aumento del trabajo a tiempo parcial (claramente por constricción y no por convicción de la persona contratada); mayores diferencias entre los salarios más bajos y los más altos (con un claro aumento de las personas que cobran menos) y un salario mínimo interprofesional que ha pasado de ser una cifra de referencia de prestaciones sociales a la que mucha gente ve en su nómina.

La necesidad del esfuerzo colectivo

Es comprensible que nos preguntemos por la razón de ser, la necesidad, de este esfuerzo colectivo en forma de ajuste en las condiciones de trabajo, especialmente en los salarios. En los primeros años de la crisis, Olivier Blanchard, actual economista jefe del Fondo Monetario Internacional, ya planteó para España una devaluación interna del 20% que, principalmente, debía ser llevada a cabo reduciendo los costes de mano de obra.

Ciertamente hemos hecho los deberes, quizá demasiado bien. En la memoria anual del 2013 del Consejo Económico y Social (órgano consultivo del Gobierno con representación de sindicatos y patronales), se apuntaba el hecho de que los ajustes en los salarios no se han trasladado en su totalidad en los precios de venta, revirtiendo así en un incremento de los márgenes de beneficios empresariales. En este contexto, el pacto salarial entre patronales y sindicatos tiene tanto una mirada de confianza en el futuro económico, como la virtud de un reparto más justo de costes (y beneficios).

Bienvenido pues el aumento, aunque este se aplique sobre salarios minimizados. En palabras de una persona con muchos años de experiencia en la selección de personal, las empresas dan por hecho que quieren contratar bueno, bonito y baratísimo.