Prevenidos ante el triunfalismo
En la primavera del 2008, cuando la crisis mundial ya no era una mero presentimiento sino una realidad tangible, José Luis Rodríguez Zapatero justificó su pueril resistencia a reconocer la que se nos venía encima con una frase digna de estudio: «El pesimismo no crea puestos de trabajo». A sensu contrario, tampoco parece que el «optimismo antropológico» del entonces presidente del Gobierno bastara para generar empleo: en su segundo mandato se anotó dos millones más de desocupados. Venía Zapatero de una campaña en la que, en pos de la reelección, había negado el advenimiento de una recesión que no tardaría en azotar la economía española. Fue aquel empecinamiento suyo, primero en desoír la granizada y luego en regar escuálidos brotes verdes, así como una posterior y forzada conversión que le llevó a claudicar ante el diktat de los mercados, lo que desembocó en el hundimiento electoral del PSOE y la holgada victoria de Mariano Rajoy en el 2011.
Con mimbres distintos, la historia se repite. Tan pronto como llegó a la Moncloa, Rajoy tuvo que hacer de su programa económico un sayo: subió impuestos, aplicó drásticos recortes sociales, precarizó empleos y devaluó salarios en aras de la competitividad; y agachó la cerviz ante los socios europeos para poder pagar el festín de Bankia. Pero sucede que, pese a la destrucción adicional de empleos bajo su mandato, las crecientes desigualdades sociales y los escándalos de corrupción que minan las expectativas electorales del PP, a Rajoy la fortuna le empieza a sonreír justo cuando más lo precisa: en puertas el ciclo electoral del 2015, en el que los populares se juegan su vasto poder territorial y el presidente, su segundo mandato.
En esa clave electoralista se elaboraron los Presupuestos del 2015, que, ajenos al conflicto con Rusia y al parón de la eurozona, incluyen una rebaja fiscal que Bruselas juzga incompatible con los compromisos de reducción del déficit. Con lo que no contaba el Gobierno era con el súbito abaratamiento del petróleo -ayer por debajo de 60 dólares el barril, frente a los 104 presupuestados-,
que le brinda un inesperado margen financiero -unos 10.000 millones- y espolea la hasta ahora tímida recuperación española.
Que las halagüeñas expectativas no sean mérito suyo, sino fruto de factores exógenos y acaso volátiles, no disuade a Rajoy en su empeño de pregonar el fin de la crisis, al objeto de frenar la sangría de votos del PP. Por desgracia, para crear más y mejor empleo -clave de la recuperación- tan estéril es el pesimismo crónico como el triunfalismo partidista. Mejor estar prevenidos.
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