NÓMADAS Y VIAJANTES
Cinismo en los vestidos rasgados
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
Que nadie se haga ilusiones. No habrá persecución judicial contra George Bush y sus halcones. Solo los vencedores escriben la Historia, redactan leyes y deciden quién es impune y quién no. Y ellos lo son: vencedores e impunes. Los demás, la ciudadanía, quedamos para voyeurs, extras, decorado. Si uno quiere cambiar el orden de las cosas debe ganar la guerra, ser el vencedor. Los Cheney, Rumsfeld, Wolfowizt, Bolton y Perle prometían un cambio radical en el mapa de Oriente Próximo y democratizar Irak. Pese al discurso buenista en su cabeza solo había pozos de petróleo y casillas de ajedrez. El fracaso es rotundo.
Aunque todo salió mal -menos el negocio de la guerra que se ha extendido a Siria y amenaza la estabilidad de Líbano y Jordania-, los halcones han ganado; siguen fuera de la ley, sea estadounidense o internacional y contaminaron a su sucesor. Pese a la oposición de Barack Obama a la guerra en Irak y Afganistán y a sus vibrantes discursos antes de ser presidente, en el fondo sigue una política similar. Es cierto que su Administración no aplica descargas eléctricas en el ano a los prisioneros ni los cuelga durante horas del techo. A cambio de la decencia en lo visible, se emplea a fondo en lo invisible: los drones que bombardean el norte de Pakistán, Afganistán, Somalia y Yemen en busca de islamistas. Estos aviones no tripulados no distinguen civiles de guerrilleros, inocentes de asesinos.
En el reconocimiento de errores no aparece la muerte de más 150.000 personas en Irak a causa de la violencia y cerca de 200.000 en Siria, además de los tres millones de refugiados sirios y los 6,5 millones de desplazados internos. Tampoco sale el día a día de millones de palestinos, los grandes olvidados.
Sin apoyo republicano
El informe del comité de inteligencia del Senado sobre las torturas de la CIA no es producto del consenso, ya que no cuenta con el apoyo republicano. El actual director de la CIA, John Brennan, ha salido en defensa de la agencia. Ha dicho que tras los atentados del 11-S, los estadounidenses exigían respuestas y protección inmediata, que se adentraron en un terreno ignoto ante un enemigo del que no sabían mucho y que algunos agentes se extralimitaron. A Brennan no le importó reconocer que se que habían producido torturas, pero defendió la actuación de la mayoría.
Hay un punto de cinismo en los vestidos rasgados. Todos sabíamos qué pasaba en las cárceles de la CIA, en Guantánamo, en los vuelos secretos. Todo Estado, incluso los democráticos, tienen cloacas. Disfrutamos de una vida con tres comidas calientes al día, calefacción, consumo y una cierta seguridad. Nadie se pregunta cuánto cuesta la factura, de dónde sale el petróleo y el gas y la comida, los vestidos baratos. Nadie se pregunta por el nombre de las víctimas de nuestro confort. No es solo la tortura, la guerra o el robo de materias primas, es también el comercio injusto y los inmigrantes sin papeles en condiciones de esclavitud.
Todo Estado dispone de unos servicios de espionaje que se mueven en la delgada línea de legal y lo ilegal. Tras el 11-S muchos norteamericanos exigían un gesto, una réplica rotunda, un ojo por ojo. La mejor seguridad no está en la rotundidad, sino en la eficacia, en anticiparse a la amenaza sin necesidad de la teatralidad del poder. Quien mucho muestra, mucho oculta.
La tortura es un fracaso moral de la sociedad que la permite, que mira a otro lado, como lo fueron las desapariciones en América Latina, como lo es la corrupción. El informe del Senado sostiene que las torturas no sirvieron para obtener información decisiva. La eficacia exige paciencia, más tiempo; la eficacia no sale en televisión ni gana elecciones porque no se ve.
Lo más grave de las torturas de la CIA es que fueron parte de una renuncia total y consciente a unos valores democráticos. Es un error creer que la decencia, esa presunta superioridad ética, se puede suspender por un tiempo mientras se lucha contra los malos con métodos que hacen que no sepamos quiénes son los buenos. Esa renuncia a los valores ya se juzgó en las elecciones de 2008, en la primera victoria de Obama. También se ha juzgado de alguna manera a Blair y Aznar, símbolos del todo vale y a quienes acompaña el descrédito, y también el aplauso, es cierto. En una democracia sana deberían responder ante la justicia quienes quiebran la ley. Que sea imposible no significa que también deba ser una renuncia ciudadana. Otra justicia universal es posible.
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