Editorial
Golpe al comercio de toda la vida
Barcelona no debería permitir que a subida de alquileres por la 'ley Boyer' acabe con tiendas que definen su paisaje urbano
El debate sobre el modelo de ciudad es una constante de los últimos tiempos en Barcelona, y siempre bajo el prisma de los efectos que provoca que sea un polo turístico de primer orden. La cuestión afecta ahora a la pérdida de comercios emblemáticos -seña de identidad indudable de su paisaje urbano- que se producirá hasta final de año. El próximo 1 de enero se cumplirán dos décadas de la entrada en vigor de la ley de arrendamientos urbanos, la llamada ley Boyer ley Boyerque liberalizó el mercado de alquileres, y será entonces cuando acabará la moratoria para contratos otorgados antes del 9 de mayo de 1985. En ese supuesto se hallan negocios centenarios que afrontan una actualización de alquiler que es insostenible en muchos casos. Algunos ya han bajado la persiana; otros están a punto de hacerlo.
El análisis contempla aristas muy diversas, y algunas completamente opuestas. Por ejemplo, la de aquellos que sostienen que la ley del mercado permite a los propietarios adecuar sus alquileres -que pueden llegar a multiplicar por mucho la renta antigua- a la demanda actual. En el otro lado, están los denunciantes de que con ello se desnaturalizará el centro de la ciudad, que podría quedar poblado solo de tiendas low cost y algunos comercios de lujo para los turistas.
Quienes defienden que el tema no puede dejarse en manos de un mercado que nada sabe de patrimonio urbanístico y sentimental critican con razón que el ayuntamiento no haya actuado antes con una normativa clara y precisa. A las voces de protesta replicó en marzo con una lista de 389 comercios protegidos durante un año con una suspensión de licencias de obra y de actividad. Fue parar el golpe y poco más. No deja de sorprender que la mayoría de comercios del catálogo sean de propiedad cuando el problema surge con los nuevos alquileres. Y tampoco parece razonable que el concejal de Comercio despache el problema como una inevitable adaptación a los nuevos tiempos.
Nadie cuestiona una actualización racional de alquileres, pero las diversas interpretaciones conducen al final a una pregunta retórica. ¿El ayuntamiento y los barceloneses aprueban que una librería o un colmado de toda la vida dejen paso a un local de comida rápida, de suvenires baratos o de utensilios de móvil? Todos, con el equipo de gobierno a la cabeza, deberían poner de su parte.
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