El virus de la frivolidad
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Pongámonos en la piel de un extranjero que durante estos días visita España y se interesa por el caso de ébola diagnosticado en Madrid. Zapea por programas de televisión que sin descanso conectan en directo con reporteros que, a la puerta de hospitales o de edificios de viviendas, poco, apenas nada tienen que contar. Bucea en Twitter para captar las inquietudes de los ciudadanos ante esta crisis sanitaria. E incluso hojea las portadas de diarios con ínfulas de rigor y prestigio. Concluiría, poco más o menos, que los españoles están al borde del motín en protesta por elsacrificiode un simpático perro al que su dueña, una auxiliar de enfermería sin escrúpulos, contagió el virus del ébola tras haberse infectado en el hospital por su mala cabeza. Retendrá sin duda el nombre del can, 'Excalibur'; el de Teresa Romero, su desaprensiva propietaria, difícilmente.
De todos es sabido que, cuando un incidente deja al descubierto las miserias de la administración, esta activa sus potentes resortes para identificar a un chivo expiatorio al que endosar todas las culpas. Recordemos al capitán del 'Prestige' hundido frente a la costa de Galicia, al piloto del Yak-42 estrellado en Turquía, al maquinista del Alvia accidentadoAlvia accidentado en Santiago... La justicia ya dirá si el señalado con el dedo acusador obró o no correctamente, si tuvo toda o solo parte de la culpa. Para cuando dicte sentencia, los responsables políticos de turno ya habrán eludido sus responsabilidades políticas.
Mientras la comunidad internacional se pregunta si lo poco fiable es el protocolo sanitario contra el ébola o las autoridades españolas, intentar cargar el muerto a la enferma constituye una autoinculpación en toda regla, amén de una frivolidad intolerable cuando el reto es controlar la epidemia africana y evitar que salte de continente.
Ni garantías, ni vigilancia
Similar banalidad cabe imputar a los medios que, en pos de la audiencia o para lamer la mano del poder que los alimenta, fijan el foco en 'Excalibur'Excalibur' y no en quienes repatriaron a los religiosos enfermos sin brindar a los profesionales que los atendieron las garantías y la vigilancia precisas. El virus de la frivolidad resulta altamente contagioso.
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