Tener o ser
Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder. Aunque Peret utilizaba ambos términos como sinónimos, quizá en las diferencias entre el verbo ser y el tener radican las dificultades de una Barcelona que empieza a causar una inmensa fatiga a muchos de sus hijos. La ciudad está instalada en una permanente carrera por acumular cifras de poder. Tener más turistas, tener más plazas hoteleras ocupadas, tener más horas las persianas de los comercios de lujo abiertas, tener más cruceros de lujo anclados en sus muelles... Rendidas a los lobis hoteleros, las administraciones públicas fomentan una Barcelona que mira al exterior a través de la óptica de los negocios. Mientras deja su alma, mucho menos cuidada, para el consumo interior.
Se fomenta una determinada cultura como escaparate turístico o que ahonda en el eje identitario, pero se desdeña el magma creativo de la ciudad y se relega a los artistas ajenos al adocenamiento mediático. Las semillas de bienestar que se plantaron en los barrios no integrados en los circuitos turísticos empiezan a acumular malas hierbas que nadie en el Ayuntamiento parece afanarse en eliminar. Se escatiman servicios, se descuidan obras públicas... La visión cortoplacista de los beneficios ahoga el potencial de desarrollo de las capacidades de la ciudad y amenaza con desdibujar su personalidad. Acaba de morir la voz que mejor cantaba la ciudad mestiza. Qué pérdida. Y qué metáfora.
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