La clave
Gitano, rumbero y catalán
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Algunos lo descubrimos en el tardofranquismo, cuando el régimen lo envió a Eurovisión en 1974. Nuestra primera impresión fue negativa. Desde el asunto de Serrat en 1968 teníamos claro que era un festival reservado a los artistas del gusto de El Pardo. Encima, lo presentaban como estrella del cante flamenco. Tardamos años en saber que Peret se llamaba Pere Pubill y había nacido en Mataró. Descubrimos que era gitano cuando en 1982 colgó la guitarra para sumarse a la Iglesia Evangélica de Filadelfia. Y diez años después los no entendidos supimos que su música no era exactamente flamenco al verlo en el escenario del Estadi Olímpic junto a Los Amaya y a Los Manolos, a quienes identificábamos con la rumba, específicamente con la rumba catalana. Y así fue como, finalmente, salimos de nuestra ignorancia. Supimos que Peret, El Pescaílla (consorte de Lola Flores), Gato Pérez, Los Amaya, Gipsy Kings, Los Manolos, Estopa, La Troba Kung Fú, Txarango y los increíbles jóvenes de La Pegatina forman un género, una tradición nacida flamenca, con alma rumbera pero reinventada entre los gitanos de Gràcia, del Raval, de Hostafrancs. Vamos, rumba de arriba abajo y catalana por los cuatro costados. Peret no necesitó del multiculturalismo para ser Peret, simplemente miró a los ojos de la gente abrazando su música sin soflamas ni proclamas.
Ni Pedrito ni evasor
Muchos ignorantes serían hoy capaces de escribir que a Peret le cambió el nombre el pujolismo en su campaña de limpieza étnica que dio pie al desafío independentista. Y sus avatares antagónicos podrían llegar a renegar de un cantante catalán en nombre de la pureza cultural. Es triste que, en lugar de avanzar, retrocedamos. A ningún periodista franquista se le ocurrió llamarle Pedrito porque no le gustase su música, como sí hace ahora Anson con Mas porque no le gusta su política. Y a ningún catalanista de la resistencia se le habría ocurrido llamarle traidor mientras paseaba ese nombre por la España franquista mientras los héroes oficiales evadían impuestos envueltos en la bandera. A unos y a otros les hubiera abrazado con su rumba, catalana.
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