AL CONTRATAQUE
El cubo de la fría verdad
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
El verano es tiempo de fenómenos virales. La gente tiene tiempo y ganas de participar en acciones colectivas que nos saquen de la soledad digital de nuestros smartphones. Este año ha sido el desafío de tirarse encima un cubo de agua helada y retar a alguien a hacer lo mismo, exhibiendo un repertorio interminable de grititos, caritas y gestitos más propios de una película de terror adolescente o una comedia muy hormonada.
El desafío del cubo demanda también un donativo de 10 o de 100 euros para las asociaciones de enfermos de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), un mal tan terrible como extraño. Con ese dinero tratan de completar los insuficientes recursos que los diferentes estados dedican al desarrollo de un tratamiento para su enfermedad. Es el signo de los tiempos. La caridad suple a la justicia, la solidaridad sustituye a la política fiscal y además de sufrir mucho, deben sufrir muchos para que las administraciones actúen.
Redes sociales y medios se han llenado de famosos duchándose con agua gélida manando de los recipientes más inesperados. La cosa se ha vuelto tan mediática que se habla más de quién reta a quién que de la causa que dio origen al desafío. El medio efectivamente era el mensaje. Hasta un maldito como Charlie Sheen ha podido redimirse bañándose con los 10.000 dólares que ha donado, frente a tanto famoso millonario que solo ha cedido un poco de publicidad a cambio de mucha autopromoción. Los resultados económicos de tanto espectáculo son de momento algo confusos. Parece que en EEUU las donaciones se han duplicado. En España, el reino del postureo, parece que más bien no.
Sin investigación pública
Por esas casualidades de la vida, casi al mismo tiempo, miles de dependientes españoles empezaban a recibir por carta la noticia de que sus prestaciones se reducen en una tercera parte. También durante este verano, los pacientes de hepatitis C se han movilizado para informarnos de que existe una cura para su enfermedad, de que cuesta 100.000 euros y de que el Ministerio de Sanidad apenas ha aprobado unos pocos tratamientos.
Ellos no han tenido la idea de inventarse algo divertido para colgar en el Facebook. Pero su historia es la misma que el drama que padecen los enfermos de ELA. El Estado deja de invertir en investigación pública porque hemos investigado por encima de nuestras posibilidades. La industria farmacéutica desarrolla programas financiados con subvenciones públicas que curiosamente no se recortan tanto. Así logran descubrimientos y registran patentes que encarecen de manera exponencial los medicamentos y que el Estado, los enfermos, usted y yo con nuestros impuestos, debemos pagar dos veces. Esa es la fría verdad que nos tiran encima cada día.
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