Peccata minuta
Las grandes palabras
Estoy tan ricamente instalado, tomándome un refrescante gazpacho, en la terracita del Viva Madrid, justo delante de la entrada (y salida) de artistas (y técnicos y oficinistas) del Teatro Español, el segundo más antiguo de Europa después del San Carlo de Nápoles. Con Toni, el camarero andaluz que trabajó en Andorra, hablamos en catalán: le encanta provocar. En la plaza de Santa Ana, a dos pasos, el granadino García Lorca, desde su estatua, observa los carteles del teatro, ahora en vacaciones. A ver si el polémicamente recién nombrado director, Pérez de la Fuente, se acuerda de él.
Federico sostiene entre sus manos de piedra, como un libro, una paloma con las alas abiertas, a punto de vuelo. No, no es una de las palomas asesinadas por los maricas del mundo en su Oda a Walt Whitman; tal vez sea la paloma equivocada de Alberti que confundía norte y sur, o la de la paz, de Picasso, que preside el telón del Berliner Ensemble, el teatro de Bertold Brecht, o, por qué no, una de las muchas palomas que asesinó fríamente Colometa, la chica de La plaça del Diamant.
No a las cinco en punto de la tarde, sino a las cuatro y media, hora a la que ayer nos citamos, aparecen Lolita Flores e Irma Correa, ayudante de dirección, que se piden su té, su agüita y nos subimos los tres para el ensayo. Irma es canaria, de acento mucho más prorrompente que el de la hija de la Faraona. Y es que Lolita es medio catalana, hija del gran Pescaílla, gitano, inventor del ventilador y de la rumba catalana, nacido en el número 7 de la calle de la Fraternitat, a cinco minutos mal contados de la plaza del Diamant.
Ni patria, ni idioma
Cuando les conté a mis colegas barceloneses que me largaba a Madrid a dirigir a la Flores en el papel de Colometa pusieron una cara tan picassiana como la que puse yo tantas veces cuando mis colegas madrileños preguntaban, respetuosísimos: «Supongo que la Doña Rosita la soltera de Lorca que dirigirás en el Teatre Nacional de Catalunya será en catalán, ¿verdad?». No, ni Rosita fue catalana ni Colometa será andaluza, porque las palabras mayores no tienen patria ni idioma; solo se trata de leer honestamente las sílabas de Rodoreda y Lorca y decirlas desde un grandísimo cariño al público, ávido de belleza y de vida.
Y así andamos, en un amplio salón de la segunda planta del Español, la medio andaluza Lolita, la guanche Irma, el calor africano y un catalanete servidor de ustedes, confundiendo norte y sur mientras intentamos hacer revivir los gestos, miradas y palabras de tinta de aquella maravillada Colometa y viendo desde el balcón de los cigarrillos como Toni, el andaluz de Andorra, y Federico, ciudadano del mundo, nos acompañan desde su estatua y su terraza.
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