Una actividad en crisis

El anonimato cultural de la arquitectura

El arquitecto no puede tener como única finalidad profesional la resolución de temas puntuales

ORIOL BOHIGAS

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Este artículo fue publicado originalmente el 25 de enero de 2014. Con motivo del fallecimiento del arquitecto y urbanista Oriol Bohigas ha sido republicado el 1 de diciembre de 2021.


Aunque, en general, la arquitectura -y el urbanismo arquitectónico- son temas que aquí se consideran ya muy integrados en las valoraciones globales de la cultura, hay que reconocer que, comparándonos con otros países, presentamos algunas carencias que desacreditan el panorama. Por ejemplo, la ausencia de textos históricos y críticos sobre las obras en proyecto o en construcción que puedan marcar itinerarios significativos y puntos de vista suficientemente radicales como para provocar una eclosión estilística propia. Todos reconocemos, por ejemplo, la abundancia de testimonios de la arquitectura catalana de la época del eclecticismo, el historicismo y el modernismo. Pero al mismo tiempo echamos en falta aquellas presiones teóricas, críticas y pedagógicas que habrían expresado la cohesión de todo el movimiento como receptáculo de una cultura más universal y más genuina. Todavía hoy es difícil distinguir marcas estilísticas en cada una de las tres tendencias, seguramente porque desde un principio los historiadores, los críticos, los propios profesionales no enmarcaron las experiencias en un sistema claramente definido.

ESTA AUSENCIA de textos críticos y de investigaciones globales se ha corregido bastante en los últimos años. Comenzó en las décadas de los 60 y los 70, cuando los profesionales más jóvenes abrían puentes hacia diversos grupos culturales -Italia, el Reino Unido, Zúrich, Francia, Estados Unidos-, cada uno de los cuales llegaba con su carga teórica y con los debidos instrumentos -mediáticos o universitarios- para extender el ámbito de difusión. Es el momento en el que se forman varios grupos beligerantes, en el que se publican nuevas revistas y en el que las editoriales ponen en marcha una política de traducciones que nos llegan como referencia de los últimos episodios de la arquitectura moderna.

Más recientemente todavía, un cambio importante se insinúa en España: la aparición de bastantes grupos de estudiosos de la arquitectura que se enfrentan a ella desde posiciones teóricas, que intervienen críticamente, que acompañan y aleccionan al nuevo público, es decir, que estructuran una cultura que fructifica en la superposición de la práctica y el análisis crítico entre la realidad y los modelos. Podemos decir, pues, que se está reduciendo esa carencia de corpus teórico propio que denunciábamos al principio.

¿De dónde proviene este interés por los aspectos teóricos, críticos y, en definitiva, los objetivos y métodos de investigación? Pienso que es fruto de muchas coincidencias: mayor conciencia cultural, búsqueda de reincorporaciones de actividades que vuelvan a centrar la autoridad creativa. Pero puede haber influido la crisis profesional, en la que se ha manifestado el fracaso de un oficio que quiere saltarse las propias exigencias morales pasando a ser un simple participante en la burbuja. Así, se va entendiendo una manera relativamente nueva de hacer de arquictecto, desempeñando un papel prioritario de investigador y de intelectual comprometido que antes era un atributo de la misma autoridad académica y social y que ahora hay que revestir con un nuevo currículo académico y una nueva manera de participar en la sociabilización de la cultura arquitectónica.

Estas observaciones sobre los nuevos roles del arquitecto han comenzado con la lectura del texto de la investigación de Antón Capitel sobre Londres, ciudad disfrazada. Es un ejemplo brillante de esta tendencia hacia la investigación histórica y social, hecha en paralelo con la actividad tradicionalmente profesional, acreditando solvencia y calidad profesional.

EL LIBRO DE Capitel es importante porque demuestra la eficacia de la actitud investigadora. Es, ante todo, una descripción de los contenidos sucesivos de los estilos arquitectónicos que marcan la imagen de la capital británica. Y, además, desarrolla una idea que me parece original y muy útil para las posibles críticas urbanísticas: en una ciudad sin estructura bien proyectada y definida es la arquitectura la que la hace legible y finalmente le da sentido.

Cada vez más tendremos que juzgar, pues, la obra de un arquitecto no solo por los resultados concretos sino por su exigencia de investigación y su manera de utilizar en la obra arquitectónica las consideraciones culturales fruto de esa investigación. Quiero decir que el arquitecto no puede tener como finalidad profesional solo la solución de unos temas puntuales. Esto ya lo hacen los industriales, los promotores, los políticos intermediarios, atendiendo a las intenciones de las ingenierías, los decoradores y los equipos de márketing, donde los arquitectos trabajan en un anonimato cultural. Lo que hay que vencer es precisamente este anonimato.

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