Al contrataque
La ley de la gravedad
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Las ideas más sencillas son siempre las más devastadoras. El mero hecho de que tantos partidos diferentes se hayan puesto de acuerdo en algo tan simple como qué y cuándo votar ha hecho saltar por los aires las últimas esperanzas que algunos tenían de frenar el proceso catalán. Con la pregunta y la fecha encima de la mesa, la situación ha dado el vuelco definitivo porque lo que parecía imposible adquiere de repente categoría de inevitable. Eso explica que tras conocerse la pregunta Rajoy apareciera en trance como si hubiera descubierto de repente la dimensión de su propia tragedia. Para resolver el conflicto, el plan del presidente español había sido hasta ahora llevar al paroxismo el método patentado que lo ha llevado a la cumbre: no hacer absolutamente nada. Ante el asombro de media prensa europea, la reacción de Rajoy ante el reto de la consulta se ha limitado a un solo monosílabo: no, no y no. Como si estuviera todavía anclado en aquellos días posteriores a la Diada del 2012, Rajoy sigue confundiendo el proceso con Artur Mas, sin que ningún CNI haya acertado a explicarle que en el Fuenteovejuna catalán son todos, absolutamente todos, los que mataron al comendador. Para entender por qué ya no hay marcha atrás, Rajoy debería limitarse a mirar su propia casa y sus alrededores. La ley Wert, obra de un fanático. El expolio de la trama Gürtel. El robo a mano armada de la cúpula del PP que tramó la marioneta Bárcenas. El incumplimiento sistemático del programa electoral y la institucionalización de la mentira, como este último espectáculo del ministro Soria disminitiendo la subida de la luz hasta cinco minutos antes de aprobarse.
Independizarse del PP
Incluso podría bajar a los infiernos donde habitan las arengas paramilitares de Aznar o las proclamas de los hutus contra los tutsis catalanes en los canales de televisión que la Iglesia subvenciona para que imiten a aquella Radio de las Mil Colinas. Y es que en el fondo el conflicto real no es entre España y Catalunya, como pretendía el desafortunado título de aquel simposio. El verdadero núcleo del problema es un partido que emana directamente del franquismo, sin perdón ni tampoco olvido. Catalunya no se está independizando de España sino del PP, que lo resiste todo excepto la democracia. Por eso el punto de no retorno ha sido una urna, contra la que todas las legalidades invocadas no podrán hacer nada. Cualquier conflicto, desde una dictadura hasta los turnos de una comunidad de vecinos, termina inexorablemente en una votación. En pleno siglo XXI una urna es la gran ley de la gravedad de la democracia: acaba cayendo por su propio peso. Es por eso que en el proceso catalán ya no es ni necesario pronunciar la palabra independencia. Ha bastado con invocar el verbo votar para que asistamos al principio del fin del viejo orden constitucional. Solo queda esperar que caiga por si solo.
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