La situación política de Catalunya

Teoría de la olla a presión

La tensión soberanista está poniendo a prueba la capacidad de reacción de la sociedad catalana

MANUEL CRUZ

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Desde hace años, cualquier ciudadano de Catalunya que se encuentre interesado por la política tiene la sensación de vivir en el interior de una olla a presión. Hasta donde alcanza mi memoria democrática, Catalunya nunca ha vivido una situación que fuera considerada por sus poderes públicos como normal, apacible, sosegada. De una u otra forma, dichos poderes siempre han estado alertando a la ciudadanía acerca de conspiraciones, acechanzas y otras amenazas que obligaban al catalán responsable a mantenerse atento, en guardia, vigilante (porque, de manera indefectible, algo extremadamente valioso para el ser nacional se encontraba en serio peligro).

Por supuesto que la presión no ha sido siempre la misma, aunque baste un repaso superficial de las hemerotecas para constatar que no ha dejado de estar presente en ningún momento.Jordi Pujol,al que ahora -a título políticamente póstumo- todo el mundo le reconoce cualidades de gran estadista, era sobre todo un maestro consumado en la administración de la espita, pero, en cualquier caso, nunca renunció a utilizarla (más bien al contrario), de la misma forma que los ciudadanos nos acostumbramos a la incomodidad política de tener que convivir con tan persistente agobio.

Bien podría decirse a este respecto que, por fastidiosa y antipática que resulte la constatación, la penitencia que ha debido pagar el pecador que se ha interesado por la cosa pública en este país ha sido la inocultable sensación dedejà vu.Ello no obsta, claro está, para reconocer que de un tiempo a esta parte la agenda política catalana ha sufrido notables modificaciones, con la introducción del debate soberanista en lugar destacadísimo.

En efecto, el incremento de la presión que están padeciendo los ciudadanos de Catalunya a partir del momento en el que elpresidentMasdecidió cabalgar sobre lo que interpretó como la imparable ola del soberanismo está teniendo unos efectos que constituyen, en sí mismos, auténticos indicadores del estado de la sociedad civil catalana. Es, de alguna manera, su capacidad de reacción lo que está siendo puesto a prueba con este sostenido aumento de la tensión política ambiental. Porque, frente a los decididos partidarios de la independencia -que no dejan de hacer oír su voz y sus propuestas en todo momento y por todas partes, con la impagable ayuda de los medios de comunicación pertenecientes a la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals y de algunos privados, debidamente subvencionados-, se echa en falta en el espacio público de este país la defensa de otras posiciones, que sin duda existen pero cuyos partidarios suelen comentar en privado que «de momento» han decidido optar por el perfil bajo, o que se reservan «para la hora de la verdad», cuando realmente se ponga en juego de manera irreversible el futuro de nuestra comunidad.

Nada que reprochar a tales actitudes -tan discretas y presuntamente acordes con la idiosincrasia catalana ellas- siempre que no constituyan una versión actualizada de lo que muchos de nosotros escuchábamos de boca de nuestros padres y familiares hace unas cuantas décadas: el temeroso «no te signifiques» (o«no t'hi fiquis»), que creíamos felizmente superado, y que sin duda a muchos les vino a la cabeza cuando tuvieron noticia de queJosep Piqué, desde la presidencia del Cercle d'Economia, había animado a los empresarios catalanes a que manifestasen en público lo que comentaban en sus cenas privadas. No se trata, claro está, de establecer paralelismos con periodos no democráticos de nuestra historia, sino de llamar la atención sobre el hecho de que la calidad de la democracia admite diversos grados. Y parece claro que sufre un considerable déficit democrático una sociedad en la que sus ciudadanos acaban sometidos a lo queTocquevilledenominaba «la espiral del silencio» y prefieren mantenerse callados ante el miedo -manifiestamente inducido desde el poder- a quedar aislados o, peor aún, a recibir algún tipo de reproche social.

Lamento no poder terminar con un mensaje optimista. Si siempre acertáramos, no existiría la libertad en la historia: el acierto se convertiría en nuestro destino ineludible. Pero la historia es, por definición, contingencia. Este principio general también es aplicable al concreto momento histórico que estamos viviendo. La partida está abierta y nada nos garantiza que estemos a salvo del error. A fin de cuentas, si los individuos se equivocan (y tal cosa viene sucediendo desde que el mundo es mundo), no hay razón para pensar que los pueblos no puedan hacerlo también. En realidad, sobran ejemplos de ello, como sobran los ejemplos de gentes que confunden equivocarse en compañía con acertar. Suelen ser, por cierto, los mismos que consideran que no hay lugar para quedarse a vivir comparable a una buena olla a presión.