La clave
La mala educación
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
España padece un grave problema de educación, de mala educación. La que se imparte en las aulas, sin duda deficiente a tenor de la elevada tasa de fracaso escolar, pero también la que se recibe en el entorno familiar. Para entendernos: eso que la derecha define como «la formación en valores», como si los términos «ética» y «civismo» fueran patrimonio de la izquierda.
Ni el respeto al prójimo, piense, actúe, hable o sea de un color de piel distinto al nuestro; ni el acatamiento de unas normas de convivencia iguales para todos, al margen de ideologías y banderas; ni siquiera un mínimo consenso social en torno a lo que está bien y lo que está mal... No ha alumbrado la sociedad española (tampoco la catalana) una ética colectiva que, más allá de los supuestos tipificados en el Código Penal, someta a público reproche a quien conculque sus reglas. Y así nos va.
Aceptamos como si tal cosa que un político se apropie de fondos público -en beneficio propio o del partido- y que nuestro vecino no pague el IVA. Que un gobernante incumpla sus promesas o mienta sin recato. Que el partido en el poder favorezca a sus amigos (empresas, bancos, la Iglesia...) a cambio de favores pasados o futuros. Y que luego su rival, al sustituirle en el puente de mando, haga lo propio con sus afines.
Aceptamos que el Gobierno de turno ponga patas arriba el modelo educativo en vigor sin explorar siquiera un consenso político y social que dote de mayor estabilidad y legitimidad al ya baqueteado sistema escolar. Pura y simple ideología.
Aceptamos incluso, en un terreno tan pasional como el del fútbol, que el entrenador de un equipo con cientos de miles de aficionados insulte, vocifere, amedrente y hasta meta el dedo en el ojo al adversario. Si los resultados le acompañan, es nuestro hombre; si no lo hacen, borrón y cuenta nueva. Sin disculpas ni reproches.
Más allá de las aulas
Un país que mide el éxito solo por los títulos conquistados -las copas, los ceros en la cuenta corriente, la cilindrada del último 4x4, las victorias propias, las derrotas ajenas...- presenta una severa patología cuya cura reside más allá de las aulas. Está en nosotros mismos.
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