El futuro de Catalunya

Derecho a soñar, derecho a decidir

Tres bloques de ciudadanos han llegado a la misma conclusión soberanista por distintos caminos

ERNEST BENACH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Se ha instalado en el imaginario de determinados partidos una obsesión enfermiza por contraponer el derecho a decidir a cualquier otro derecho. El derecho a la subsistencia, a trabajar, a los servicios básicos, a la economía productiva, todos estos y algunos más, como contraposición al derecho a decidir. Como si todos ellos fueran incompatibles. La prioridad, dicen, es resolver la crisis, y los más generosos aparcan el derecho a decidir para cuando la cosa esté más madura. Los más radicales, en cambio, como de hecho están en contra, ya lo borran directamente del escenario político.

Y lo que es más grave: todos se niegan a admitir, o al menos a debatir, que precisamente de la capacidad de decisión que podamos ejercer pueden salir soluciones a los graves problemas que debe afrontar el país. No son debates separados y tienen muchos puntos en común. Ahora mismo solo es posible plantearse nuevos escenarios en Catalunya si hay capacidad de decidir cómo debe ser el futuro del país. La asfixia económica a que está sometido el Govern es premeditada y responde a una estrategia clara y concreta de que en Catalunya debe desaparecer todo eso del derecho a decidir. Renuncian al debate y al diálogo y pretenden imponer su única y unitaria visión.

Europa flexibiliza el déficit, lo que permitiría rehacer cuentas y abordar presupuestos con muchos menos recortes, pero el Estado le dice a Catalunya que no lo puede hacer. El Estado le debe 8.000 millones en estos momentos, lo que permitiría un respiro importantísimo a las finanzas de la Generalitat, y por tanto los proveedores podrían cobrar y se podrían dibujar escenarios de combate delaustericidiopermanente que sufrimos. Pues nada de nada, ni un euro, y además con un control estricto y sin ninguna capacidad de maniobra a la hora de tomar decisiones. Debemos ser de los pocos países del mundo que pagamos intereses por lo que debemos y también por lo que nos deben.

Y mientras tanto, la necesidad de ejercer el derecho a decidir crece a partir de diferentes parámetros. Por un lado, aquellos que consideramos que Catalunya es una nación histórica, milenaria, con una cultura, tradiciones, lengua, instituciones, derechos históricos, con derecho a convertirse en un Estado. Y lo quiere hacer porque tiene derecho, porque todos los pueblos tienen derecho a ser libres. Por otra parte, quienes consideran que el Estado es caduco y ya no da más de sí y que todas las esperanzas depositadas en España, de la transición acá, se han visto abocadas al fracaso de forma permanente y constante. Y lo mismo los intentos de construir puentes de diálogo, de dibujar elementos compartidos.

La España del ordeno y mando es impermeable, no tiene ninguna voluntad de entender que hay situaciones diferentes. Desde Catalunya se ha intentado de todas las maneras posibles. Lo hizo el centroderecha nacionalista moderado y lo hizo la izquierda federal, ya sea en formato socialista o comunista, e incluso la izquierda independentista estuvo predispuesta a intentar llegar a acuerdos en forma de un nuevo Estatut que permitiera un avance considerable del autogobierno. Pero fracaso tras fracaso. Constatado este, pues, mucha gente en Catalunya ha decidido dar el paso y pedir el ejercicio del derecho a decidir, tener el derecho a expresar qué quiere ser en el futuro, cómo gestionar sus presupuestos, cómo diseñar las infraestructuras propias, cómo relacionarse con el mundo.

Pero aún hay un tercer bloque de gente que abraza el derecho a decidir como pieza clave de su proyecto de futuro y del futuro del país. Son profesionales, gente del mundo de la empresa y de los negocios. Gente del mundo académico y de la investigación. Gente del mundo de la cultura y la educación. Trabajadores y campesinos. Sindicalistas y patronos. Generaciones que quieren crecer en un país mejor, que les ofrezca oportunidades, ordenado, en una democracia digna del siglo XXI y los retos que la sociedad actual reclama. Una generación que no ha vivido la transición, que no ha conocido ni ha sufrido aFranco,que tiene la mirada lejana, que no tiene fronteras mentales porque el mundo es su referencia. Gente que habla idiomas con naturalidad porque sabe que le conviene; gente que, además, ama a su país con la máxima naturalidad, no por obligación, no porque haya recibido ninguna herencia mágica, sencillamente porque lo sienten bien dentro.

Y estos tres bloques hoy son mayoría. Una mayoría que cada día que pasa, y a cada acción que se diseña en España en contra de Catalunya, crece. El derecho a soñar, que durante tantos años muchos catalanes hemos ejercido sin que nadie nos lo pudiera impedir, hoy se transforma en el derecho a decidir. Y tampoco nos podrán impedir ejercerlo.