Gente corriente
María C.: «El alcohólico está pegado a la botella, y uno, pegado a él»
Vivió los destrozos que inflige tener un marido alcohólico, pero salió adelante. Se recuperó a sí misma y a su pareja.

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Mauricio Bernal
Mauricio BernalPeriodista
MAURICIO BERNAL
-Me casé en el año 67. Yo quería… ¿Cómo decirlo? Lo que quiere todo el mundo: una bonita relación, alguien que me quisiera y a quien yo pudiera querer, una familia. No había razón para que no fuera así: hasta entonces no lo había visto bebido.
-¿Y? ¿Qué pasó?
-Tuvimos un hijo. Parecía que todo iba bien, pero entonces él empezó a actuar de forma extraña, a tener cambios súbitos de carácter. No se comunicaba, cada vez se encerraba más, se enfadaba y yo no sabía por qué. Básicamente, descubrí que mi marido tenía dos personalidades.
-Pero usted no lo asociaba con la bebida.
-No. Bebía lo que se dice normal. Así son los alcohólicos: durante años pueden hacer una vida normal. Pero a mí me estaba afectando la estabilidad, y como no sabía lo que estaba pasando me echaba la culpa: a lo mejor es que no lo sabes tratar, pensaba. Y así, él cerrándose cada vez más y yo echándome la culpa, pasaron 14 años, 14, hasta que decidimos ir al médico. Yo, ¿sabe qué le dije? Le dije que o llamábamos a esa puerta o no podía más. Fue la primera y creo que la única vez que le hablé de dejarlo. Y eso que mi familia me presionaba, me decía que lo hiciera, que me marchara... Pero así funciona: el alcohólico está pegado a la botella, y uno está pegado al alcohólico.
-¿Y el niño?
-El niño, mire: si hay algo de lo que me siento orgullosa es de haber protegido al niño, de haberlo preservado, de hacer que viera lo menos posible y sobre todo que no viera a su padre como alguien malo. Y es que era un buen padre. Siempre lo ha sido.
-Sigamos. Fueron al médico. ¿Qué clase de médico?
-Un psiquiatra. Mire: antes de eso tuvimos mil conversaciones. Él me juraba que lo iba a dejar, y lloraba, llorábamos juntos, pero duraba media hora, y a la que yo me iba, él se ponía a beber. Eso pasó muchas veces. Así que fuimos al psiquiatra, y del psiquiatra él se fue a Alcohólicos Anónimos y yo vine a Al-Anon (www.al-anonespana.org), la asociación que ayuda a los familiares de las personas alcohólicas. De aquella fecha me acuerdo perfectamente.
-¿Qué fecha era?
-El 8 de septiembre de 1980. Lunes. Me acuerdo perfectamente porque ese día cambió mi vida. La verdad es que yo vine, no sé por qué, pensando en ayudar, durante todos esos años había leído muchísimo sobre alcoholismo y pensé que podía compartir lo que sabía. No venía a ser ayudada porque pensaba que el problema era de mi marido, como les pasa a todos los familiares de alcohólicos.
-Pero le ayudó. Le ayudaron.
-Primero, me dejaron llorar. El primer día lloré mucho, todo lo que no había llorado esos años. Luego entendí que el alcoholismo es una enfermedad que maltrata psicológicamente al familiar. Tus sentimientos están fuera de sitio, desorientados. Yo ahora sé que lo quiero y cómo lo quiero, pero en esa época era un amor enfermizo, mezcla de amor de mujer pero también de madre, un amor protector y no sé cuántas cosas más. Un lío. Él sufría mucho y yo sufría mucho, y llorábamos juntos.
-Entiendo que todo eso lo dejaron atrás, ¿no? Tanto él como usted.
-Afortunadamente. A mí antes me parecía que tener un marido alcohólico era lo peor que te podía pasar, pero en estos años he perdido a personas muy queridas, y he superado dos cánceres, y todo eso aprendí a afrontarlo gracias a esa experiencia con mi marido. Es increíble que diga esto, pero por tener un marido alcohólico pude luego afrontar todo eso.
-Están juntos.
-Sí. Él lo dejó porque quería dejarlo, porque si un alcohólico no lo quiere dejar, no hay poder humano que lo obligue a hacerlo. Tuvimos la suerte de que nos volvimos a enamorar, encontramos que nos gustábamos y nos dimos cuenta de que el alcoholismo no lo había arruinado todo, y que queríamos vivir la vida juntos. Y encontré al compañero que buscaba al principio: el alcohol nos había estropeado un poco la historia, pero la verdad es que luego se arregló la mar de bien.
-¿Y llevan juntos…?
-Cuarenta y cinco años.
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