Una mani, mil razones

Volvemos a lo mismo. Después de unas semanas intentando olvidar la pesadilla indigerible que nos toca vivir, llegamos a septiembre con las cartas de siempre, pero todavía un poco más estrujadas. Lo escribía Pere Vilanova este domingo en EL PERIÓDICO: este año el guion del Onze de Setembre está sumamente alterado por el estrés estructural múltiple en el que vivimos. La gran manifestación será proindependentista como nunca. Histórica. Trascendental. Superlativa. Sin embargo, está pasando lo mismo que con la del 10-J del 2010 contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatut y la ANC se ve desbordada de objetivos y propósitos, todos legítimos, pero enredados y en algún punto contradictorios. Cientos de miles de voces clamarán a favor de un Estado para Catalunya, de ir sin miramientos hacia la independencia inmediata, o de ir tirando hacia la independencia para llegar un día u otro sin prisas y mandando los nuestros, o por el pacto fiscal. Pero también habrá gente gritando contra los recortes de aquí y allá, contra políticos, banqueros, nuestros corruptos...

Incluso algún cargo institucional o de partido será abucheado por estar en la manifestación. Porque estos días, como hace dos años, se ha vuelto a poner en evidencia la incapacidad de muchos de nuestros políticos para definir su posición ante la convocatoria.

Un papel bien triste el del Govern (sí, sí, pero no, el Govern no va pero quiere que todo el mundo vaya), el de Unió (sí, pero en desacuerdo con el lema) ¡y el del PSC! (no, no, pero entendemos que muchos socialistas catalanes sí que quieran ser y nos gusta que vayan). Ellos van a la suya: pendientes los unos de los otros, más obsesionados por el juego táctico que atentos a la corriente de fondo que domina a una ciudadanía que hace demasiado tiempo que vive políticamente malhumorada, y que cada vez confía menos en los que (dicen que legítimamente, todavía) nos representan.