Editoriales
Drogas vía internet
El consumo de sustancias psicoactivas y alucinógenas no es un fenómeno de las sociedades modernas. De hecho, en culturas antiguas ya estaba extendido el hábito de ingerir productos naturales con el propósito de deformar la realidad para escapar de ella o aumentar determinadas capacidades físicas. En la medida que ha acompañado a la humanidad desde hace miles de años, es muy difícil imaginar que se pueda poner fin al fenómeno. Sin embargo, eso no quiere decir que haya que aceptarlo como intrascendente. Porque consumir drogas tiene consecuencias, a menudo graves.
La mayor tolerancia social y la imposibilidad material de los estados de reducir a cero el narcotráfico han consolidado en muchos países el hábito del consumo de drogas. Y la extensión de internet ha propiciado algo impensable hace pocos años: que quienes quieren adquirir sustancias psicoativas puedan hacer el pedido a través de webs especializadas
-unas 600 en todo el mundo-, pagar con tarjeta de crédito por la misma vía y recibir el producto en casa. Es la confirmación de que internet es una herramienta prodigiosa que refleja lo mejor y también lo peor del mundo.
La persecución de esta expresión emergente del tráfico de drogas es difícil, porque en muchos casos se trata de sustancias nuevas que no están consideradas oficialmente ilegales, como sí lo son los productos de los que se derivan. La distribución a lo ancho del planeta de las webs que las promocionan y la facilidad con la que estas pueden regenerarse si son clausuradas completan el cuadro que explica la expansión de este peculiar canal de venta digital.
Como suele suceder con las drogas más convencionales, quienes más consumen las nuevas sustancias psicoactivas suelen ser jóvenes. A drogas clásicas -pero tan distintas- como la marihuana o la cocaína se han unido el éxtasis, el nexus, el spice o la ketamina. Es decir, anestésicos, estimulantes o anfetaminas, productos con alta capacidad adictiva y que pueden comportar muy graves efectos en la salud de quien los consume. No hay más alternativa que insistir en la necesidad de educar a los jóvenes para que no incurran en el error del consumo. Es responsabilidad de los padres, pero también de la sociedad en general.
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