El terrorismo y la política

El relato para después de ETA

Bildu aspira a capitalizar el final de la banda para desplazar al PNV y hacerse hegemónica en Euskadi

Francina Cortes 20092011

Francina Cortes 20092011 / periodico

IÑAKI GONZÀLEZ

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Escuché unos días atrás una interesante reflexión deIñaki Gabilondosobre la configuración del relato final que acompañe la desaparición de ETA. Como de costumbre, su advertencia es mesurada, pero sin eludir un planteamiento claro y directo de la trascendencia de que el final de la organización se vea asociado a la evidencia de una victoria de la democracia. Pese a los varapalos sufridos, es obvio que ETA aspira a cerrar su ciclo de violencia sin asumir una derrota. Ahora, cuando se cumple un año de tregua, resuena aún el tono de sus comunicados en los que reclamaba para sí el liderazgo del conjunto de la izquierda independentista. Y el mensaje de fondo de que solo la lucha violenta y el dolor causado a propios y ajenos han construido una base social e institucional para la reivindicación nacional. La misma base social a la que se ha permitido regañar en el pasado reciente y el mismo entramado institucional que durante 30 años ha hablado de rendición del nacionalismo histórico -el PNV- al Estado.

El nacionalismo vasco histórico optó por la concertación frente a la confrontación. Las instituciones y la normativa pactadas en la transición han sido la base del desarrollo socioeconómico y la recuperación sociocultural de Euskadi. Negar este principio ha estado en la base del relato del independentismo radical y del liderazgo que ETA vino ejerciendo en el llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV). Durante décadas, su discurso fue que la independencia de Euskal Herria es la única fórmula de materialización de soberanía del pueblo vasco frente a la rendición que a sus ojos propugna el PNV.

En cambio, la apuesta del nacionalismo histórico se basa en el ejercicio del autogobierno, la bilateralidad y la conformación de una estructura legal que refuerce al pueblo vasco como sujeto de derecho. Todo ello sin perder de vista la disposición adicional del Estatuto de Gernika cuya literalidad conviene recordar de vez en cuando en tanto que, como ley orgánica, forma parte de lo que denominaríamos cuerpo constitucional: «La aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico». El último ejemplo de esta formulación fue la reforma estatutaria que aprobó el Parlamento vasco, el mal llamado Plan Ibarretxe, que proponía la libre adhesión de Euskadi como eje de su integración institucional con España y que recibió un portazo en el Congreso.

Estos antecedentes me llevan a negar que el relato del fin de ETA aspire a vencer a la democracia española. Ni su receptor es la sociedad española ni su objetivo es modificar sus principios. Su receptor es el elector nacionalista vasco -con especial atención, por razones de edad, al de nuevo cuño, sin memoria viva de los últimos 40 años ni, en consecuencia, juicio ético del devenir de la banda- y su objetivo es desplazar a su referente histórico. La facilidad que tiene el fenómeno Bildu de manejar un relato de concentración de siglas aberzales de cara al 20-N es a la vez la dificultad del PNV de reivindicar el suyo, despojado de discursos épicos y basado en los resultados sociales, económicos y culturales de sus décadas de gestión. El primero se aprovecha del olvido del papel de unos y otros en la política reciente, es acomodaticio y se nutre de la etérea e inconcreta apelación al patriotismo vasco. E inequívocamente cosechará la frustración e incomprensión que entre sectores del nacionalismo moderado causan decisiones como la reciente condena aOtegiyDíez Usabiagaen medio de una corriente de opinión que siente al alcance de la mano la deseada paz. El segundo sufre el lastre de la realidad, de la pugna con un entramado legal que sitúa el margen final de decisión del sujeto de derecho vasco en foros donde no se le entiende ni se le atiende.

El modelo de reforma constitucional recién practicado es prueba de ello. El mensaje lanzado por la mayoría PP-PSOE a los nacionalismos periféricos con su pacto de reforma es el de un modelo sin consenso plurinacional. Sin adhesión de la nacionalidad periférica (identificada y reconocida por la Constitución) porque basta la supeditación a la mayoría suficiente que se obtiene en el Congreso a través de los grandes partidos. ETA no va a ganar con su relato a esa mayoría, pero no debería encontrar en las acciones de esta el sustento a su esencialismo y el desgaste al pragmatismo de su rival principal: el nacionalismo histórico.

Su especialidad ha sido recoger el descontento a los portazos y cepillados consecutivos que las aspiraciones vascas y de otros pueblos han padecido en el pasado cuando han intentado satisfacerlas por la vía del consenso y el proceso institucional y democrático que marcan la Constitución y los estatutos. Ese relato se lo construyen a ETA con hechos fuera de su estructura y le ayuda a distraer el trago de una reprobación ética y política de su historia criminal, dolorosa y estéril. Periodista.