El futuro del idioma
La necesidad del catalán
El mismo utilitarismo al que se apela para saber inglés vale para la lengua propia de Catalunya
Salvador Giner
Sociólogo
SALVADOR Giner*
Las lenguas que no son necesarias tienen los días contados. A raíz del desgraciado auto del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya sobre las lenguas vehiculares en la enseñanza se ha reavivado el debate sobre el idioma del país. El homenaje que se rindió durante la celebración de la Diada a la Secció Filològica del Institut d'Estudis Catalans, con motivo de su centenario, fue una ocasión para que algunos responsables del fomento de la lengua catalana intervenieran de nuevo. Con vehemencia.
Quiero expresar una opinión a estricto título personal. La mayoría de las declaraciones a favor de la inmersión lingüística como método didáctico en nuestras escuelas, tal y como viene funcionando desde que disfrutamos de un orden democrático, hacen mención de dos virtudes que tiene el sistema. Primero, recuerdan que ha dado un resultado excelente: un conocimiento bastante satisfactorio de ambas lenguas, la catalana y la castellana. Segundo, que ha obtenido la aprobación de las autoridades pedagógicas nacionales e internacionales. Se ha puesto como ejemplo en todo el mundo, como modelo que lleva a la convivencia civilizada en una sociedad tan plural y compleja como la nuestra. No está nada mal.
Resoluciones como la de este tribunal -emitida un año después de otra sentencia, la de un cojo Tribunal Constitucional, tan torpe y disparatada- no ayudan a nada. Para empezar, no fomentan la prosperidad misma de la lengua castellana. La lengua oficial de todo el Reino de España se debería encontrar cómoda en todas partes. Parece como si algunos magistrados no hicieran nada por la lengua que dicen que quieren proteger. Por lo pronto, la que hay que proteger, naturalmente, es la catalana. No hay que ser sociolingüista profesional -yo no lo soy- ni hace falta lupa ni microscopio para dilucidar cuál de las dos lenguas corre peligro. O cuál tiene una situación de inferioridad manifiesta en los medios de comunicación, en la política en general y en el conocimiento por parte de toda la ciudadanía -española, europea, inmigrante- para descubrir que la que necesita ayuda o, como se suele decir, discriminación positiva no es la castellana.
Hay una tercera razón, que solo se ha expresado subrepticiamente. La encontramos en la expresión según la cual hay que dar a los niños, en las escuelas, la oportunidad de abrirse camino y que por tanto es esencial que haya inmersión en la enseñanza. (El mismo argumento que algunas escuelas utilizan para el inglés, con consecuencias lamentables para el francés, lengua extranjera por excelencia de los catalanes cultos hasta hace poco, y también para el alemán, que tuvo bastantes admiradores en nuestro país.) El argumento de las oportunidades para abrirse camino alude a un rasgo fundamental de lo que significa esta lengua en la estructura económica e institucional de este país. El uso del catalán goza de una muy buena salud en el seno de los gremios profesionales, en el territorio de la influencia y el poder, en el campo de la cultura y los medios y el de las asociaciones empresariales. Mal asunto si no fuera así. Las conclusiones más fehacientes de los estudios internacionales de sociolingüística son categóricas: una lengua está condenada a la desaparición el día que sus élites la abandonan y queda confinada a la curiosidad etnológica de rincones rurales.
El análisis sociológico en términos de clase es siempre fundamental. Hoy, tras haber oído hablar de desigualdades y clases sociales durante muchos años, huimos cobardemente de toda mención directa de esta realidad. Solemos hablar con eufemismos. Entre ellos el decohesión social, que se oye a diestro y siniestro. (¿Qué quiere decir? ¿Que aceptemos felizmente algunas inaceptables injusticias sociales poniendo un parche aquí y otro allá para apaciguar a potenciales descontentos?)
Estas reflexiones se dirigen a un hecho estructural básico: la sociedad catalana es como es. Nuestros jóvenes, a medida que crecen, que eligen un oficio o profesión, que quieren vivir y progresar en el mundo de su casa, deben entender que deben hacerlo dentro de un universo en el que el esfuerzo y el mérito deben ser las herramientas para conseguir la medida de satisfacción y recompensas
-económicas, culturales, de reconocimiento social- que les correspondan. Por eso deben conocer, dominar e incluso amar la lengua catalana.
Es necesario que el mismo argumento que a menudo utilizamos para que los niños y los jóvenes conozcan el inglés valga para el catalán. Ni más, ni menos. Con todos los respetos por las invocaciones más esencialistas sobre la lengua de nuestra nación -que comparto abiertamente, sin tapujos-, ahora hay que añadir las buenas razones del utilitarismo. Es necesario que promovamos la lengua con toda determinación en aquellos lugares donde será crucial mantenerla mañana. Y que convenzamos a la gente joven más dinámica y esforzada de que esta herramienta es una de las más útiles. El futuro del catalán depende enteramente de su prestigio.
Presidente del Institut d'Estudis Catalans.
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