El cuerno del cruasán
Espacios públicos y privados
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Si no ha habido sorpresas de última hora, esta noche los indignados habrán desmontado el campamento de la plaza de Catalunya. Como suele pasar cuando una acampada llega a su fin, junto con las tiendas se empaquetan un montón de vivencias y emociones: esa piedra que al dormir se clavaba en el hueso sacro, el tufo de coliflor hervida de la tienda vegetariana o el compañero que roncaba y con sus ronquidos tarareaba una canción de Maná… Pero también las charlas hasta la madrugada para arreglar el mundo, las risas a la hora de escoger un lema contraFelip Puig, un tatuaje conmemorativo o, por qué no, el descubrimiento del aguacate como gran aliado para las ensaladas.
A partir de hoy, cuando el azar nos obligue a pasar por la plaza de Catalunya, será extraño ver de nuevo las palomas lisiadas y los turistas que las atiborran de alpiste, los vendedores de globos, los inmigrantes ilegales y los sin techo durmiendo en un banco de piedra. Será extraño a pesar de que, desde hace años, ellos son los únicos que pasan el día en la plaza. A lo largo de estas semanas, con la acampada, se abrió un debate sobre los límites del espacio público y el privado. Una de las críticas que recibían los indignados era que se habían apropiado de una plaza y la habían convertido en un territorio particular, aunque ellos la reivindicaran como ágora para el diálogo. La confusión entre espacio público y privado es algo muy actual, sobre todo en las grandes ciudades, donde los pisos son cada vez más exiguos y los parques se convierten en lugares de paso controlados.
En el fondo, los que gobiernan prefieren las plazas vacías porque no dan tantas molestias. Que cada cual esté en su casa, simbolizando la idea del bienestar. El problema de esta exaltación del espacio privado es que algunos confunden los límites. Todos conocemos ese fantoche que entra en un bar, pide uncubata y empieza a soltar fanfarronadas a voz en grito, como si estuviera en casa y nosotros fuéramos su cuñado asustado. O esa cajera del supermercado que, mientras nos va cobrando, nos ignora y habla con otra cajera de la ruptura amorosa deDavid Bisbal. En esta línea, las elecciones municipales nos han dejado una serie de alcaldes, como el de Mollet, que parecen confundir su cargo público con una empresa particular. De un día para otro se sienten los amos, dicen voy a hacer esto y lo otro (en singular). Son tan imprescindibles que su primera decisión, claro, es subirse el sueldo.
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