Dos miradas

Veinte palabras

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Larauxaera la esencia de sutarannà. Quiero decir que no se podía considerar un hombre tocado por la virtud delseny. Más bien lo contrario. Lamare, cuando era pequeño, lo calificó un día desomiatruites. Le dijo: «Niño, cuando seas mayor, vendrás a buscaraixoplucen casa, pero yo ya no estaré». Tal vez fue una confesión demasiado cruel, pero también es cierto que vino acompañada de unamoixainade alas extendidas, como unapapallona. La mujer, consciente de que el hijo se vería, tarde o temprano, en unatzcucac, combinó las dotes proféticas con unas elevadas dosis de ternura. Lova acaronar hasta que el corazón le dijo basta, conindependènciade lo que la bola del futuro le marcaba como destino. O quizá precisamente por ello, porque pensó que todas aquellaspessigollesmaternales, convenientemente guardadas, serían un poso depauen los momentos más oscuros y sombríos que aquella mañana eran apenas un presagio. Imaginó que aquel recuerdo sería quizá como la pulpa carnosa y naranja de unagaroina, escondida tras la concha erizada de púas. No se equivocó. El chicova estimarcon devoción laxerinolay percibió cómo la vista se le inundaba depampallugues, no provocadas por su obcecación con lallibertatsino sobre todo por las grandes cantidades de estupefacientes que consumió. En lugar deraonaryenraonar, su comunicación era solo unxiuxiuejarincomprensible. Abatido y desolado, evocó entonces 20 palabras y un beso.