Dos miradas

Limpiar la plaza

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Lo más difícil, después de una fiesta, es limpiar. Lo más desgradable, lo que todo el mundo rechaza. Contemplar los restos de lo que había sido una celebración, oler aún los aromas que evocan el desenfreno y colocarse unos guantes de plástico para recoger las botellas vacías y ponerlas en fila para depositarlas en el contenedor. Eso es terrible, sobre todo si el recuerdo de la noche es reciente. Barrer las sobras, vaciar los ceniceros, sacudir el mantel, limpiar los cristales, recoger las sillas. Todo ello, mientras hay algunos que justo se estan levantando, con resaca, testigos vivientes de lo que fue un espacio vivo y musical y ahora es un campo de batalla mudo. Hay que abrir las ventanas, para que la estancia se airee. Es difícil limpiar, y desagradable, y es dura la luz diurna, pero aún lo es más si se retrasa la intervención de las brigadas, si se amplía, por desidia, el tiempo transcurrido entre los fuegos artificiales y el resto de la vida. Reconozco que, en esto de Egipto, yo era de los escépticos. No me acababa de creer -quizá por una coraza contra el sentimentalismo revolucionario- que significara una variación sustancial. Ahora, viendo esos hombres, esas mujeres, los niños y los abuelos, con rastrillos y bolsas de basura, sus manos dispuestas a limpiar la plaza simbólica, cambio de opinión. QueMubarak haya dejado el poder no me parece tan decisivo como la foto de la salubridad. Quien limpia piensa que hay un futuro.