El epílogo
De Millet a 'Il Cavalieri'
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
El Parlament que mañana se constituye no estará tan italianizado como se temió, cuando el fantasma de la abstención amenazaba con propiciar la irrupción en la Ciutadella de una retahíla de pequeños partidos llamados a sacudir el oasis catalán. Solo Laporta pasó el corte. A salvo la rutina parlamentaria de excentricidades latinas como las ayer registradas en el Congreso romano, nada garantiza, en cambio, que la italianización no se adueñe de nuestra vida pública en general, y de la justicia en particular. Eso, si no lo ha hecho ya.
Durante años, Italia no solo consentía los abusos de Silvio Berlusconi: se sonreía ante su desparpajo. Il Cavalieri conquistó el poder primero, y lo recobró después, gracias a una tupida red de intereses y complicidades que trenzaban lo público y lo privado sin solución de continuidad. Primero se mofó de quienes criticaban sus trapicheos; luego, de quienes censuraban sus excesos lúbrico-festivos; y ayer mismo se rió en la cara de los italianos al salvar una moción de censura merced al voto prestado (para muchos, más bien comprado) de tres tránsfugas. Luego ardió Italia, pero eso poco importa a quien, literalmente, asocia el poder a la inmunidad, no a la legitimidad.
Desacato consentido
El penúltimo acto de la zafia comedia italiana que protagoniza Berlusconi coincidió ayer con la reaparición en la escena catalana del inefable Fèlix Millet junto a los Montull, sus compañeros de reparto. Gracias al buen juicio del juez Solaz, el saqueador del Palau hizo un oportuno mutis por el foro durante la campaña del 28-N. Y ayer, ante su señoría, Millet se transmutó en Il Cavalieri, justificando sus fechorías con la socarronería de un truhán italiano. Así, aclaró que el Palau pagó la boda de su hija porque era promoción para el auditorio, y solo confesó un error: el de endosar sus gastos privados al consorcio público, y no la Fundació de l'Orfeó. Sobre el desvío de fondos a CDC, en cambio, ni media broma: prefirió callar. Por menos de eso, algún otro juez lo hubiera acusado de desacato. Solaz, no. Ambos, juez e imputado, durmieron ayer en sus (respectivos) domicilios.
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