Dos miradas

Una mesosoprano

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hace unos días falleció una amiga tras estar muchos años enferma. Su lucha fue una demostración intensa y discreta de coraje, rodeada de una familia que le dio calor y que se mantuvo unida ante la inevitable contundencia de la muerte. Como muchos de sus familiares se dedican a la música (ella también: enseñaba en un instituto), la ceremonia fue una misa cantada, con un par de piezas de cuerda: una emotividad contenida, un dolor sordo y sostenido. Su padre, que es poeta, había escrito hace tiempo unos versos en los que se refleja la escena culminante de la esperanza cristiana («Vós i jo, ben a frec, obrirem l'equipatge, / us diré aquells camins que sols coneixeu Vós»). Unos versos que ese día sirvieron para recordar a la hija muerta.

Una mesosoprano cantó a capella el Ave María de Schubert y consiguió crear uno de esos momentos que dejan helado el corazón: el silencio que se apodera del espacio justo antes de que suenen las primeras notas. Luego supe que había sido una petición de la chica enferma. La mesosoprano le había dicho que sí, que lo haría el día de su entierro, pero que antes, siempre, quería que escuchara la música mientras aún estaba con vida. La visitó cada día, en su casa, para dar color con su voz al rigor de la agonía. Hay detalles que nos unen, que nos hablan de la victoria del amor por encima de la guadaña, del triunfo del presente en lucha contra el olvido.