Dos miradas

La fe romana

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Mi padre habría hecho lo imposible, habría removido cielo y tierra por estar el domingo en Barcelona. Cada día de Navidad, también el día de Pascua, nos plantábamos frente al televisor y seguíamos la bendición apostólica del Santo Padre. Él, y entonces también nosotros, la recibía con una beatitud respetuosa, como si el mismo Papa de Roma estuviera en el minúsculo comedor de casa. Mi padre era de los católicos que sienten una devoción extrema por la liturgia. La combinación del rigor barroco, la elegancia conceptual y la simbología en acción es irresistible para mucha gente. Una consecuencia de esta fijación, por ejemplo, es que yo hice la comunión solemne en la basílica de San Pedro, tras haber oído misa celebrada por Pablo VI y después de asistir, un miércoles, a la audiencia del Pontífice.

Al oír cantar, en la Sagrada Família, elCrec en un Déumusicado hace 100 años por mosénLluís Romeu,no pude evitar pensar en mi padre. Me lo enseñó, de pequeño, y él lo cantaba, con voz de bajo, haciendo resonar la estrofa donde se habla de la resurrección de la carne y de la vida perdurable. Seguro que, de no haber podido ir a la basílica, habría seguido la ceremonia por televisión entonando las notas de una fe que, sobre todo, era, para él, romana. Es decir, majestuosa y solemne, secular y sólida, fruto de la depuración del estilo, exuberante. Este era mi padre. Pensé tanto en él, este domingo de noviembre.