El cuerno del cruasán
Una vuelta por el cementerio
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Pues sí, ya es de nuevo Todos los Santos. Qué vértigo. Parece un complot entre el cambio climático y los supermercados. Mientras cada mediodía el sol se empeña en revivir el fin del verano, en el Eroski de la esquina ya tienen de oferta los turrones de Navidad. Es como si todo lo que debe hacerse en otoño quedara comprimido en este fin de semana largo: cambiar la hora, purgar los radiadores, celebrar la castañada, comer boniatos, cazar alguna seta esporádica y, por fin, hoy mismo, visitar el cementerio.
De todos estos rituales de otoño, el recuerdo para nuestros muertos es el único que no cambia. Cada vez se representan menostenoriosy la castañada pierde terreno ante Halloween, pero llega Todos los Santos y los vivos repetimos el mismo ceremonial. Los primeros minutos en el cementerio suelen estar dedicados a la familia. Se limpian las lápidas, se ponen las flores, quien quiere reza un padrenuestro. Luego siempre hay alguien que cuenta una anécdota de los muertos cuando estaban vivos, con un toque de humor negro, y el recuerdo traspasa los años y las piedras y de repente notamos su ausencia. La sensación no dura más que unos segundos, pero es suficiente.
Entonces alguien rompe el silencio y, como cada año, propone dar una vuelta por el cementerio. Esta parte de la visita, mezclando memoria y chismorreo, es la más agradecida. Pasamos frente a las tumbas de amigos, conocidos y saludados, y recordamos la última vez que los vimos. Nos desviamos para reencontrar la tumba de algún personaje histórico (y leemos en voz alta su nombre y sus fechas). Entonces alguien dice: «Aquí todos somos iguales». Nos fijamos en las lápidas con foto y comentamos que esa persona ya tenía mal aspecto cuando estaba viva. Leemos el epitafio de un excéntrico, admiramos o criticamos los mausoleos de las familias ricas. Ante los nichos de quienes murieron hace poco, y que suelen acaparar más ramos de flores, nos paramos más tiempo del necesario. Alguien no puede reprimirse y sentencia: «No somos nada».
Los abuelos y los que están pasando una mala temporada son los que más se divierten con el paseo por el cementerio, quizá porque así certifican que aún están vivos y lo pueden contar. Los jóvenes se cansan enseguida, aunque este año la cosa podría ser diferente: después de tragarse tantas películas de zombies y vampiros adolescentes, entre tumbas se sentirán muy a gusto. No descarten algún flechazo.
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