El cuerno del cruasán
El nombre y la cosa
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Hace unos días la Policía Judicial mexicana detuvo ni más ni menos que a la Barbie. Perdón: a la Barbie. Así, con el sobrenombre de la muñequita rubia y anoréxica, es como se conoce a Edgar Valdez Villarreal, uno de los narcos más sanguinarios que en los últimos tiempos ha dominado los cárteles de la droga. Las autoridades de México presentaron al narco y sus compinches detenidos con una gran puesta en escena -helicóptero, armas decomisadas, alijo de dinero, agentes en guardia- y al cabo de unas horas incluso colgaron en internet el interrogatorio. En el vídeo puede comprobarse la extrañeza y al mismo tiempo la exactitud del apodo. Edgar Valdez aparece como un tipo cargado de espaldas, gesto serio y desafiante, pelo cortado al cepillo -más Geyperman que Barbie, digamos-, pero es rubio, de ojos azules, gringo (nació en Estados Unidos), y viste un polo verde de marca, de la misma marca que podría llevar la muñeca en una tarde de verano en el club de hípica.
En el vídeo, también, Edgar Valdez parece muy conforme con el apodo que le ha tocado, incluso orgulloso. Quizá porque le da una aureola más glamurosa que a los otros narcos: el Barbas, el Chachis, el H, el Billy, el JJ… La Barbie es un alias fácil de recordar, que llama la atención y le asegura el estrellato. Hablando de la Camorra italiana, el escritor Roberto Saviano recordaba que cuando un mafioso es capturado por la policía, los periódicos locales no dan nunca su nombre en el titular, solo su apodo: Sandokán, el Zíngaro, el Lupo… Así se alimenta la ficción y se aleja el problema de la sociedad, se lo convierte en un trasunto de aires cinematográficos.
Me pregunto quién elige estos nombres: ¿son los propios maleantes, los acólitos que les rodean y obedecen, la policía? Encontrar un apodo memorable es casi como una operación de márketing. Lo sé porque a mi manera, y de forma inocua, llevo días buscando un título para esta columna que les acompañará cada lunes. No, no habrá sangre en estas líneas, ni es mi intención hacerme famoso o convertirla en una señal justiciera -como la Z en la marca del Zorro-. Me gustaría, eso sí, que les transmitiera mi disposición para contarles cosas: abrir bien los ojos y las orejas, aplicar el sentido común y evitar siempre, en todo caso, que el sol nos caliente demasiado la cabeza. Como un comentario ligero a la hora del desayuno. Sí, El cuerno del cruasán parece un buen título.
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