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Enric Soler Raspall: "Viajamos diez días por el desierto sin ver a nadie"

Este técnico agropecuario y forestal de profesión ha viajado varias veces al Himalaya, la Patagonia y el desierto libio

XAVIER MORET

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Autor de Sota el cel de Tushita, libro en el que narra un viaje a la lejana tierra de Ladakh, Enric Soler Raspall (Terrassa, 1966) está fascinado por los espacios abiertos, el Himalaya y la cultura tibetana. Desde hace tres años estudia tibetano clásico y le atrae el budismo como filosofía de vida. Vive en Sant Celoni y le gusta planear al detalle sus viajes, dejando siempre unos días para la improvisación. Su último libro es 'Maleïdes muntanyes', una obra de ficción sobre su obsesión montañera.

--¿Viajar forma parte de usted?

--Si es un viaje inserido en un proyecto, sí. Cuando viajo, me gusta seguir un guión del que espero que saldrá un libro; estoy dos horas al día escribiendo, y esto no lo aguanta cualquiera. Por eso a veces viajo solo.

--¿Prepara el viaje a fondo?

--Lo empiezo a preparar dos años antes. Para mí, los preparativos son tan interesantes como el mismo viaje. Escribir también es muy interesante. Si pudiera, me dedicaría solo a viajar y a escribir.

--¿Cómo empezó su afición?

--A los 6 años empecé a ir con mi padre a la montaña. Luego la lectura de libros de montaña y de viajes me llevaron a esto. Los culpables fueron los beatniks y Bruce Chatwin, pero cada vez me interesa menos la montaña y más la previa a la montaña: el encuentro con la gente.

--Su primer gran viaje fue por España.

--Caminé durante 93 días por los Pirineos y el Camino de Santiago. Lo narré en un libro titulado Escolta, vent, porque el viento era mi único compañero. Fueron en total 1.600 kilómetros caminando.

--¿Por qué tantos? ¿Qué quería demostrar?

--En el Pirineo intentaba hacer una escapada nómada: recuperar los caminos vehículos de cultura de los que me hablaba mi abuelo. En el camino de Santiago me interesaba el viaje antropológico.

--Y después trabajó de guardia forestal.

--Fueron 90 días de experiencia sedentaria, en lo alto del Montcal. Fue en 1994, cuando se quemó media Catalunya. Tuve mucho tiempo para reflexionar.

--Se nota en usted, por esta mezcla de espiritualidad y naturaleza, la influencia del Kerouac de Los vagabundos del dharma.

--De Kerouac y de Gary Snyder. Me gustan mucho los dos.

--¿Qué le llevó a la Patagonia?

--Bruce Chatwin. Leí su libro En la Patagonia, y en 1995 quise ver cómo estaba aquello 22 años después. Una vez allí, hay que reconocerlo, se me desmontó el mito Chatwin y me enamoró el paisaje.

--¿Qué le gustó de la Patagonia?

--La inmensidad ligada al viento, al vacío, y la calidez de una gente que vive muy aislada.

--Ahora hay turismo de masas en el glaciar Perito Moreno.

--Cuando fui al Chaltén eran 12 casas prefabricadas en un rincón perdido y ahora me han dicho que hay calles asfaltadas y muchos hoteles.

--Después vino el Himalaya.

--En 1998 por fin pude hacer realidad mi sueño de ir al Himalaya. Quería ir al Tíbet, pero el tibetólogo Ramon Prats me dijo que aquello había cambiado mucho y que me desilusionaría. Me aconsejó ir más al sur: Sikkim, Buthan, Ladakh... Elegí Ladakh porque era el único país que no sabía dónde estaba.

--¿Fue un buen viaje?

--Me fascinó Ladakh. Las montañas, la cultura, la tradición... Allí enlacé con mis viejas lecturas de montaña.

--Y con Matthiessen, el autor de El leopardo de las nieves.

--Es uno de mis libros preferidos. Me gusta su mezcla de viaje interior y exterior. Yo escribí mi libro teniendo muy presente el budismo de Ladakh. Una amiga acababa de morir y en Ladakh está muy presente lo transitorio de la vida ante la muerte.

--¿Volverá al Himalaya?

--Regresé a Ladakh en el 2005, y también fui a Mustang. Tengo una buena biblioteca de temas tibetanos, pero nunca es suficiente. No llegas a ningún sitio, es un pozo sin fondo. De todos modos, quiero coger el bagaje necesario para entender mejor la cultura tibetana.

--Su última obsesión es el conde Almasy.

--El de Almasy es un proyecto que nació después de ver la película y de leer El paciente inglés. En cuanto vi las pinturas rupestres de los nadadores en una cueva del desierto, supe que quería ir allí. Intenté ir por el desierto libio, pero las cuevas estaban al otro lado de la frontera, en Egipto, y no me dejaron cruzarla.

--¿Regresó?

--Por supuesto. A la tercera, tras 16 días en 4x4 desde El Cairo, conseguí llegar a las pinturas rupestres y ver campamentos del conde Almasy. Allí las latas de gasolina viejas o las botellas de Chianti de hace 40 años son como monumentos.

--¿Le gustaron las pinturas rupestres?

--Muchísimo. La visión de aquellas pinturas daba sentido a mis tres viajes. Bajamos por los oasis míticos, y en el último tramo fueron 10 días seguidos por el desierto sin ver a nadie. Fue un buen viaje.