Conde del asalto

Ojos masónicos | El artículo de Miqui Otero

Recuerda agradecer al Gran Arquitecto del Universo el ‘arròs del senyoret’ del 7 Portes y hasta los colores del Barça

Biblioteca Arus

Biblioteca Arus / Albert Bertran

Miqui Otero

Miqui Otero

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¿ A partir de cuántos libros encadenados sobre la cosa masónica te sientes un pelín masón? Esta semana he leído cuatro sobre el tema. Y ya voy por la calle enarbolando un compás escolar Staedtler y estrechando manos de desconocidos pulsando tres veces su segundo nudillo con mi pulgar. Por supuesto, me anuncio siempre en el telefonillo con tres timbrazos y poso mi copa de Estrella en las mesas de las terrazas con un triple golpe.

Todo esto empezó cuando por fin volví a entrar en la Biblioteca Arús después de dos años largos sin hacerlo. El templo, que abrió sus puertas en 1895, es un regalo a la ciudad de Rossend Arús, célebre dramaturgo, periodista y masón. Dejó dicho que su residencia en el paseo de Sant Joan se convirtiera en una biblioteca dedicada a la formación de la clase obrera y también a textos sobre la sociedad secreta. El caso es que, por un azar (o no) burocrático, su archivo no tuvo que viajar a Salamanca para engrosar los expedientes durante el franquismo, cuando todo era culpa de los masones (se rumorea que durante su etapa en Marruecos a Franco no lo dejaron ingresar en una logia, así que todo pudo ser una pataleta). Y, salvo por confinamientos pandémicos, sigue abierta en el mismo sitio desde 1967 hasta ahora.

La biblioteca, a la que se accede por una escalinata presidida por una réplica de la Estatua de la Libertad (un icono masónico más), es un tesoro en sí mismo. Pero aún lo es más abandonarla y dedicarte a mirar el mundo, y la ciudad, con ojos masones. Entendiendo que el compás simboliza los límites del bien y del mal; la escuadra, la rectitud de nuestros actos; el cincel, nuestra educación y el nivel, la igualdad de los que habitamos el planeta. 

Inventos masónicos

Sin los masones quizás no existirían algunas de las cosas que más me gustan. 'Los viajes de Gulliver', los revólveres Colt de las pelis del Oeste, la Marsellesa o la penicilina. Tampoco el saxofón (ni los solos de John Coltrane), el Seagram’s (o el gintónic que me tomé ayer), la Coca-Cola (que me he tenido que tomar hace diez minutos para espabilar y escribir esto), el fútbol (ni, por tanto, el gol de Pedri de hace unos días, la Turquía laica (ni los injertos capilares, que por suerte aún no necesito), el Toblerone (ni, en consecuencia, la posibilidad de comprarlo en el Duty Free como regalo de última hora) o 'Las uvas de la ira', de Steinbeck, una de las novelas que me enseñó a ser crítico con el mundo.

Pero también se puede rastrear nuestra ciudad. Solo hay que mirar el suelo ajedrezado del Observatori Fabra, los azulejos con motivos de acacias del 7 Portes (recuerda agradecer al Gran Arquitecto del Universo el primer tenedorazo de 'arròs del senyoret') o hasta el Barça (nuestros colores podrían estar inspirados en el colorido del mandil y de los altos grados de Royal Arch).

Quizás no haga falta volverse tan loco como yo y leer tantos libros de Xavi Casinos o de José Antonio Ferrer Benimeli. Pero a menudo hay que obsesionarse con un tema para poder admirar todo con otra luz. Además, leer sobre algo te da el sesgo cognitivo de verlo por todas partes, como cuando llevas el brazo en cabestrillo y no paras de detectar escayolas. Así que tú mismo, lector, podrías ser un masón: quizás puedas leer entre líneas o buscar acrónimos con mensajes cifrados en este texto. Ya sabes. Ya me entiendes. Tú y yo lo sabemos.

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