Conde del asalto

Turismo de recreos

Entre las muchas cosas que vuelven a abrir después de la pandemia, hay que sumar algunos patios de colegios de Barcelona

Barcelona 09/10/19 SOCIEDAD  Niña desayunando en el recreo al lado de heces humanas (plaza castilla) del colegi CEIP Castella. AUTOR MANU MITRU.

Barcelona 09/10/19 SOCIEDAD Niña desayunando en el recreo al lado de heces humanas (plaza castilla) del colegi CEIP Castella. AUTOR MANU MITRU. / Manu Mitru

Miqui Otero

Miqui Otero

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El patio del colegio es a la vida lo que el pimpón al tenis, una especie de réplica de menor tamaño, pero también con reglas específicas. 

Allí, habrá quien comercie hasta con su bocadillo (futuros empresarios sin escrúpulos que se forren con fotocopias de 'Bola de Drac' o con tazos o ahora, con SuperZings), quien quiera acaparar toda la gloria de los goles y los aplausos, quien se refugie en las sombras de los soportales para leer tebeos o recitar versos (y quedarse hasta sin desayuno porque se lo roban), quien se entregue al ligoteo, quien fracase en el intento de mendigar atención a cambio de chistes malos y quien reciba todos los balonazos de los populares. Allí, también, se reproducirá la cadena trófica capitalista en la que la oruga se come la hoja y el camaleón se jinca a la oruga y la serpiente se zampa al camaleón y el ñu tiene pesadas digestiones con la serpiente y el tigre se echa al coleto al ñu (y no sé quién se come al tigre, quizás Lola Flores). La misma sucesión, pero con tímidos, 'nerds', intrigantes, forzudos, etc. 

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Unos cuantos, de hecho, acaparan el patio para jugar a fútbol y el resto de la vida se abre paso en los márgenes. Lo mismo pasa en la sociedad, está claro. Y, de hecho, dijo Tom Wolfe que los escritores somos los que en el patio no jugamos, sino que miramos cómo se juega (yo no debo de ser muy buen escritor, porque algún gol metí). 

Literatura sobre los patios hay bastante y a mí me gusta especialmente la del arranque de 'Miau', la novela de Benito Pérez Galdós, donde dice aquello de “la chiquillería de la escuela pública salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando”. El mismo bochinche y gritos que durante el recreo.

Aunque sería hasta sospechoso que un adulto cualquiera se plante en un patio escolar a observar a los chavales y chavalas como si fuera un herbario o una jungla de juguete, los profesores sí tienen la suerte de presenciar todo eso y, en el caso de los alumnos más pequeños, de descubrirlo por primera vez.

Como ir a otro planeta

Si digo todo esto no es por nostalgia, sino porque parece que, entre las muchas cosas que vuelven a abrir después de la pandemia, hay que sumar algunos patios de colegios de Barcelona. Una docena de ellos volverán a ofrecerse a quien quiera entrar durante fines de semana dentro del programa 'Patis oberts al barri', auspiciado por el Ayuntamiento. Contarán con monitores y acogerán a la muchachada que se acerque, sean o no alumnos de la escuela.

Y he aquí otra clave. Ir al patio de otro colegio era como ir a otro país o a otro planeta, con leyes y culturas distintas. Eso era algo que hacía cuando jugaba a básket escolar y me tocaba tanto a ir a La Mina como a La Bonanova. La Salle y los Lluïsos de Gràcia y el Grup Barna. Nada me enseñó tanto de cómo funciona esta ciudad, pobreza y privilegios, como esos partidos, como entrar (y jugar) en esos patios ajenos. Esperemos que pase lo mismo con los niños que aprovechen esta iniciativa municipal. Recomiendo a los padres que los lleven a uno distinto cada día, para que aprendan lo distintos que somos y lo mucho que nos parecemos. 

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