CONDE DEL ASALTO

La ciudad de la justicia

La Ciutat de la Justícia es, básicamente, un lugar donde la gente acarrea carpesanos

Ciutat de la Justícia

Ciutat de la Justícia / periodico

Miqui Otero

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Los lugares no deberían defraudar las expectativas generadas por sus nombres. Yo siempre me había imaginado pisando la Ciutat de la Justícia por algo memorable. El atraco a un banco, el robo de una naranja del Pati dels Tarongers, el alunizaje en un 'coworking' escuchando a Los Chichos y al grito de "¡abajo el trabajo!". Pero el caso es que ayer lo hice por un problema con el alquiler. Y comprobé que la Ciutat de la Justícia no es como Port Aventura, que a su modo cumple la idea de cierta diversión intrépida que promete su nombre, sino más bien como plaza de Espanya durante la manifestación independentista de la Diada. 

La cosa no empezó mal. "¿Crees que la vida no tiene sentido?", leí a unos metros de la puerta. Pensé en la imposibilidad de esta gestión con DNI electrónico y en viajar en bus 45 minutos para firmar un papel, y concluí: sí. Cuando me acerqué al tenderete, me quisieron endilgar una biblia. El hecho de que los Testigos de Jehová consideren las inmediaciones de los juzgados un punto caliente para su proselitismo, y de que la justicia se suela representar como ciega (o con los ojos vendados) en pinturas y estatuas, da mucho que pensar sobre la confianza que nos genera.

¿Ron Cacique o Pujol?

Uno pisa la Ciutat de la Justícia como la primera vez que va a Nueva York (o a Malasaña): esperando cruzarse con famosos en cada esquina. Yo había fantaseado con la idea de invitar a un carajillo de ron a Jordi Pujol. Tenía incluso el chiste armado: ¿ron Cacique o Pujol? Y si él decía Cacique, yo lo pediría de Pujol. Son lo mismo, le diría, con mi sonrisa más luminosa. 

Pero por lo que  vi, la Ciutat de la Justícia es, básicamente, un lugar donde la gente acarrea carpesanos. Una versión de las neuronas de 'La vida es así' (una frase que se escucha mucho por aquí, después de las sentencias) trajinando sus papelotes enrollados. 

Explican que Sartre solía mirar su Enciclopedia Larousse, maravillándose con las fotografías de flores y animales. Cuando lo llevaron al Jardín de Luxemburgo, pensó que aquello era muy decepcionante: en directo, las plantas eran menos bellas y los animales menos animales. Es decir, la realidad era menos brillante que los libros. Después de ver tantas series y 'true crimes' recientes, uno espera encontrar aquí a lumbreras atildadísimos con pajarita y calcetines de rombos y a letradas en zapas deportivas y traje de chaqueta manteniendo litigios rocambolescos.

Capítulo de serie judicial

Pero lo que escuché fue más parecido a lo que se podría oír en un insti: "Me ha dejado en visto" (mucha conversación sobre whatsapps no contestados). ¿Lo más emocionante? La imagen de dos mossos d’esquadra en la cafetería, abriendo su bocata casero envuelto en Albal uniformados y con una pistola al cinto. 

Quizás toda mi mirada esté sesgada por mi caso. Lamento la poca efervescencia urbana de esta crónica. Hace un tiempo los viernes por la mañana yo estaba de resaca, porque los jueves noche pinchaba en el Sidecar para ganarme unos cuartos. Hoy, voy al Edificio C y al Juzgado 23 (número inventado) por un tema de alquileres. "Por la mañana fui a la Ciutat de la Justícia. Por la tarde fui a nadar", que diría el Kafka. Aunque bien pensado, en una serie o novela judicial en Barcelona, muchos capítulos deberían ocuparse de situaciones injustas derivadas del alquiler. El Sindicat dels Llogaters se llevaría muchos premios, todos los que merece.