La caja de resonancia

El Sant Jordi Club, discreto pero indispensable

La sala pequeña del Palau Sant Jordi, con sus 4.620 localidades, resulta crucial para que Barcelona atraiga giras de una franja media de convocatoria, y en los últimos tiempos ha cobrado empuje como sede de conciertos de música urbana

Concierto de Morad en el Sant Jordi Club

Concierto de Morad en el Sant Jordi Club / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Cuando hablamos del Palau Sant Jordi solemos pensar en su sala principal, el recinto cubierto con mayor aforo de España (hasta 18.411 asistentes), si bien su parte trasera alberga otro escenario, el Sant Jordi Club, quizá con menos épica y glamur, pero gracias al cual Barcelona captura muchas giras de una franja media que, sin él, no tendrían donde recalar. Con sus 4.620 localidades, ocupa prácticamente en solitario (dada la discontinuidad aguda practicada por el Palau Olímpic de Badalona) el crucial eslabón intermedio entre Razzmatazz y la sala grande del Sant Jordi. 

El caso es que ese escenario más bien discreto ha ido ganando grosor en la agenda y muchos bolos de sala van ahora a parar allí, subiendo un escalón, en línea con el actual ‘crescendo’ de la música en vivo. El Sant Jordi Club ha acogido a lo largo de los años a clásicos del rock (Motörhead, Gary Moore, John Fogerty) e iconos pop en ciernes, antes de dar el tirón (Ed Sheeran, Billie Eilish, Lorde), y ahora se ha convertido en plaza preferente de la música urbana, con 10 de los 24 conciertos que ha acogido en los últimos seis meses, caso de Morad (tres), Mora (dos), Nicki Nicole, Kidd Keo, Milo J, 31 Fam y Soto Asa. 

Me habla de ello Carme Lanuza, directora de la Anella Olímpica, tras haber colgado el cartel de ‘sold out’ en todos los conciertos de marzo, logro sin precedentes. El Sant Jordi en su conjunto camina para afrontar diversas mejoras, me adelanta, y respecto al Club, algunas ya son apreciables en materia de climatización y de sostenibilidad, con ese techo de placas fotovoltaicas que da servicio a todo el complejo. 

Le digo que el Sant Jordi Club podría estar mejor comunicado: esa extensión de la L2 con la que ya Pasqual Maragall soñaba antes de los juegos del 92. Pero resulta ser una objeción de poca monta, tal vez generacional, porque a la muchachada que sube a Montjuïc para ver al ídolo del reguetón o del trap parece importarle poco el rato de paseo. Como me decía el otro día Nil Moliner, los preparativos del concierto, trasladarte con tus amigos al recinto, forman parte de la situación, del rito, cuando tienes 17 o 21 años. Es verdad, puedo acordarme. Y el público del Sant Jordi Club registra una media de edad de 32 (consideremos que también ha acogido últimamente a artistas de otros perfiles, como los pospunk Idles o Los Chichos), frente a los 35 de la sala grande y los 42 del Estadi. ¿El metro? Ya llegará, aunque me temo que la crónica del primer concierto con cobertura de la L2 la escribirá mi sucesor.

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