Opinión | Quemar después de leer

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

La musa de Jack Kerouac era un hombre, por Laura Fernández

Se publica por primera vez 'La carta de Joan Anderson', la misiva que Neal Cassady le envió a Jack Kerouac en 1950 y que fundó el estilo sincopado y lleno de vida que el autor de 'En el camino' imprimió a su literatura a partir de entonces, estilo que cambió para siempre el rumbo de la literatura universal

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Quemar después de leer

Quemar después de leer / SARA MARTÍNEZ

Existe una carta de apenas 18 páginas -mecanografiadas apasionada y tupidamente- que ha sido considerada el Santo Grial de la Generación Beat. Así es como se la conoce, de hecho. Se la escribió Neal Cassady a Jack Kerouac el 17 de diciembre de 1950. Por entonces, Jack Kerouac, el autor de 'En el camino', el alma errante y páter de la Generación Beat, ese puñado de escritores que decidieron que no serían como el resto, que jamás formarían una familia, que jamás encontrarían un trabajo, que iban a vivir como si sólo el presente importara, había publicado una novela, 'La ciudad y el campo', que nada tenía de beatnik. Todo en él era aún puro naturalismo. Quería, Kerouac, ser el nuevo Thomas Wolfe. Pero entonces conoció a Cassady, y empezó su vida en la carretera.

Es del todo conocido que Cassady fue siempre, para Kerouac, una especie de muso. El único, en realidad, que tuvo. Cassady fue el motor del desvío que tomó -él, el buen chico, que vivía con su madre y lo siguió haciendo durante prácticamente toda su vida-, y que le llevó a vivir la vida con la intensidad con la que la describe no sólo en su obra magna, 'En el camino' -en la que Cassady es Dean Moriarty, el tipo al que nombra como punto de partida- sino en todo lo que escribió a partir de entonces. Lo que quizá no se sepa del todo es que Cassady no sólo le mostró el camino sino la forma de recorrerlo. El estilo beat, a golpes, el ritmo sincopado de la prosa, no era tan hijo del bebop como de su monstruoso muso.

Robos de coches y reformatorios

Neal Cassady fue el noveno hijo de una tal Maud Webb Scheur, pero el primero que tuvo con su padre -los otros ocho eran de un abogado de Salt Lake City-. Maud les abandonó cuando el crío tenía seis años, en plena Gran Depresión. Padre e hijo vagabundeaban, y vivían en albergues para sintecho. El padre era un barbero ambulante, y alcohólico. Los vagabundeos tuvieron lugar por Nuevo Mexico, Utah, y California. Neal no tardó en empezar a delinquir para sobrevivir. Él mismo confesó haber robado alrededor de 500 coches entre los 14 y los 18 años. Para cuando conoció a Jack Kerouac, ya había pasado por más de un reformatorio. Conoció a Kerouac en 1946. El mismo año en que se casó por primera vez. Tenía 16 años. Ya es una leyenda, pero aún no lo sabe.

Así, Cassady tiene 20 años cuando le escribe la famosa carta a Kerouac. Recién publicada por Anagrama en un jugoso volumen que incluye un estudio a cargo de A. Robert Lee -en el que, por primera vez, todo está en su sitio, y se habla de lo que nunca acostumbra a hablarse, desde la homosexualidad hasta el papel de las mujeres en la Generación Beat-, 'La carta de Joan Anderson' no es otra cosa que una carta de amor y aventuras -en billares y moteles- que un amigo envía a otro, pero que, en manos de Cassady, se convierte en una micronovela de una experimentación formal tan fabulosa que, por momentos, el autor parece salir de la página para sacudirte con todo tipo de alusiones que convierten al lector -Kerouac y cualquiera- en personaje de la rocambolesca trama.

La puerta al inconsciente

El valor literario de la misiva es inmenso, si se tiene en cuenta que fue la llave que abrió a Kerouac la puerta a su propio inconsciente. Para cuando la carta llegó, Cassady y él ya habían viajado por todo Estados Unidos -lo hicieron en 1949-, y él había quedado prendado de la ferocidad con la que Cassady abrazaba su falta de asidero y de lo decidido de su malditismo -de entre todas las direcciones, Cassady elegía siempre la incorrecta, o la que atentaba salvajemente contra el más mínimo atisbo de estabilidad existencial-, hasta el punto de que siempre se ha considerado la suya una historia de amor no correspondido, puesto que Cassady fue, desde el principio -desde aquellos albergues para sintecho que recorría con su padre-, un alma poderosamente libre.

"Sabía que no tenía formación ni estudios para pensar en escribir con calidad literaria", dijo de él su mujer, la escritora Carolyn Cassady. Eso no impedía que sus cartas resultasen pequeñas obras maestras. Dar con 'La carta de Joan Anderson' fue, eso sí, una pequeña odisea. Había fragmentos de la misma en la autobiografía de Cassady -'El primer tercio'- pero no se dio con el original hasta 2011 cuando apareció en una caja en una discográfica que había compartido oficina con la revista de poesía 'Golden Goose', a cuya redacción se había enviado la carta. Las nueve páginas -escritas por ambas caras- se subastaron en 2017. La Universidad Emery de Georgia pagó 206.250 dólares por ellas. Y el resto, como suele decirse, es historia. Y una, por fin, al alcance de todos.

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