Crítica de ópera

La modernidad de 'Pasolini' y su orgía

Hèctor Parra y Calixto Bieito llevan al Liceu su última creación operística conjunta basada en una obra teatral del autor italiano

Una escena de 'Orgía' de Passolini, en el Liceu

Una escena de 'Orgía' de Passolini, en el Liceu / Liceu / David Ruano

Pablo Meléndez-Haddad

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La mirada crítica de Pier Paolo Pasolini marca su producción literaria, teatral y cinematográfica. Su intención siempre fue remover al lector o al espectador con sus personajes al límite y en ‘Orgia’, obra teatral estrenada en 1968 en Turín, traspasa esa frontera en una tragedia que lleva a sus intérpretes por un arco dramático sorprendente, a una caída en el abismo que puede extrapolarse fácilmente a la deshumanizada sociedad actual. Para Pasolini no hay esperanza, y eso queda claro en la relación de la pareja que protagoniza este retrato descarnado, en el que la violencia se confunde con el placer, en el que la búsqueda de poder, con el sexo como excusa, deviene en malolientes actitudes represivas hacia ‘lo diferente’.

La ‘Orgia’ del poeta, dramaturgo y director italiano fascinó al compositor Hèctor Parra, quien llevó su entusiasmo a un director de escena experto en retratos contemporáneos, Calixto Bieito, tras haber colaborado juntos en ‘Wilde’ (2015) y ‘Les bienveillantes’ (2019). El ‘regista’ burgalés adaptó el texto original para transformarlo en el libreto de esta ópera en un prólogo y seis episodios encargada –y estrenada en junio del año pasado– por el Teatro Arriaga de Bilbao en colaboración con el Liceu y el Festival Perelada.

La música no sorprende; en esta segunda ópera de Parra vista en el Gran Teatre, tras su experimental ‘Hypermusic Prologue’ (2009) y ya con siete títulos a su haber, su ámbito sonoro aquí explora en la tímbrica y no en la electrónica; en su ‘Orgia’ cierto lirismo pugna por aparecer en el canto, tan necesario para expresar el texto. El lenguaje se mueve en un espectro que va desde sinuosos ambientes atmosféricos hasta soluciones casi violentas, y saca buen provecho de una plantilla muy efectiva dirigida con precisión por Pierre Bleuse, que en el Arriaga contó con el Ensemble Intercontemporain de París –tan ligado a la carrera del compositor y que Bleuse dirige desde el año pasado– y que en Barcelona ha sido reemplazado por 25 eficaces profesores de la Simfònica liceísta.

Tres personajes dan vida a una trama que les muestra poseedores de una máscara social que esconde, en la intimidad de la pareja protagonista, una relación cruel. Todo ello está recreado a la perfección por Bieito –que firma, además de la dirección de escena, la escenografía y el vestuario–, como si observara a los protagonistas por una mirilla, pintados en su decadencia por la genial iluminación de Michael Bauer y moviéndose con un realismo que acerca la acción al patio de butacas.

El tratamiento de las voces acentúa la línea expresiva, y fue espléndidamente defendida por la soprano lituana Ausrine Stundyte, sobrada de talento y en una entrega propio de un animal escénico. El barítono Christian Miedl aportó el suficiente contrapunto suficiente, aunque con escasa proyección en el agudo y un italiano de acento anglosajón. Completó el ‘cast’ la espléndida y virtuosa Jone Martínez, muy adecuada para el papel. Hubo pocas deserciones y al final el autor fue vitoreado.

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